En el Día Internacional del Jazz, que es la misma fecha del Día Internacional del Niño, Gerry López se comportó como un maestro de la música y como un niño. Lo vi caminar veloz de un lado a otro, en el pasillo de las butacas frente a la primera fila, en las escaleras hacia camerinos, en el escenario, cuando todavía no iniciaba el concierto, la actuación de la Orquesta Nacional de Jazz de México. Se veía feliz, emocionado, tenía casa llena en la sede de la fundación Sebastián, en la avenida Patriotismo de la CDMX.
Se aseguraba de que todo estuviera en orden, en su calidad de director de la orquesta y organizador, vivaz, vigoroso. En otros escenarios glamurosos y ostentosos, donde se le paga al estrella, él hubiera estado en relajación o quizás nervioso, pero sentado en su camerino. La realidad es otra para los que se dedican a la música como Gerry, no importa que sea un genio o una figura con premios internacionales, es el precio de los valores invertidos en la sociedad universal, en particular la mexicana. Su actuación es gratis e igual la de quienes le acompañan en la orquesta. La entrada al lugar, gratis.
Cada uno de los integrantes de la orquesta, un maestro o una maestra, jóvenes con ilusiones y sueños, con planes de seguir sus estudios en el extranjero, la saxofonista, el trompetista, todos con un brío y emoción perceptibles. Amantes de la música y del instrumento que tocan.
La fundación Sebastián escenario perfecto, todo es arte en el lugar, la obra del escultor, su geometría. Una casona con ladrillo aparente en sus interiores, con una galería, un auto decorado, un espacio para exposiciones pictóricas, una baño con apariencia artística, un automóvil decorado sobre lo que sería el patio y un escalera caracol que te conduce al foro, con cupo para 200 personas sentadas.
La noche del Día Internacional de Jazz había gente de pie.
En la lista de invitados representantes de la Unesco, de las embajadas de Francia, Suiza y Canadá.
En ese marco, el jazz de la orquesta de Gerry, sin interrupciones, sin recesos, sus composiciones, escritas e interpretadas con maestría. Un respiro solo para presentar a cada uno de los integrantes.
Gerry está orgulloso de cada uno de ellos y ellas, los conoce por su nombre, trayectoria y lugar de origen. Los presume y le pide a su público que les aplaudan. Se lo merecen.
En la parte superior del escenario, dos pintores que plasman su arte sobre un lienzo mientras escuchan jazz. Trazos y colores que varían con el curso de la música, que cada espectador podrá calificar según su gusto, su enfoque subjetivo. El jazz y la pintura, un experimento, una novedad, a prueba. La creatividad del artista no puede tener límite.
Gerry sorprende y anuncia la entrada de sus invitados especiales, cinco niños con discapacidad auditiva, a los que les dedica “manteca”, ese es su nombre, una pieza animosa, alegre, con mucho ritmo.
Los niños no pierden detalle, hay adultos que mueven los pies y otros las manos. Es una convocatoria musical para el baile.
Con esa interpretación cierra el concierto.
Aplauso unánime y prolongado.
Gerry es apenas un joven de 28 años, que acaba de cumplir en abril, que le gusta usar sombrero.
Tuvo su noche feliz en el Día Internacional del Jazz.
Jazz, noche feliz de Gerry
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