Para la cena de Navidad sólo había una barra de pan blanco y jamón, pero esa noche se daría el gran banquete, porque le pudo poner más de dos rebanadas al emparedado.
Estaba acostumbrado a comer una rebanada y muy delgada, casi transparente; la situación económica de la familia no daba para más; el alimento tenía que administrarse, racionarse. Era imposible tomarle sabor al jamón, por la escasa porción se perdía en el pan.
Lo único que esa noche había en su casa para comer.
Es la historia de Ramón, cuando apenas tenía 9 años de edad. Huérfano de madre, esperaba con ansiedad a su padre.
Aguardaba junto con sus dos hermanos menores, Luis de seis y Pedro de cinco. Los tres solos, en su modesta casa de madera con una habitación, en las orillas del pueblo.
A Ramón se le hacía agua la boca de imaginar el momento de entrarle al jamón; su padre había comprado un extra, por la fecha. pero no lo tocaría hasta que él llegara.
Pasaban las horas y nada.
Veía a sus hermanos casi vencidos por el sueño.
Decidió que era hora de cenar, empezó a preparar los emparedados, con doble ración de jamón, aunque sin mostaza ni mayonesa, tampoco tomate, cebolla o chile jalapeño. Para beber, refresco de naranja.
Ramón no disfrutó el jamón como se lo había imaginado, debido al desamparo paternal.
El sueño terminó por apoderarse de los tres.
Al día siguiente lo vieron como siempre, apurado para irse a trabajar, a cumplir su tarea de vigilante en una bodega.
Nadie le hizo preguntas y mucho menos reclamos, para no correr el riesgo de ser castigado. Se concretaron a jugar con los obsequios que les dejó Santa Claus.
Hoy, 30 años después, ninguno de los tres recuerda que pasó esa noche con su padre.
Lo que no se les olvida es la cena navideña de pan blanco con jamón.
Jamón y pan blanco para Navidad
Typography
- Font Size
- Default
- Reading Mode