La "guerra" de Calderón
Con la viveza, inocencia y brillo natural en ojos infantiles, a la distancia, mientras jugaba con los soldaditos de plástico color verde y reproducía de manera elemental las batallas de la serie de televisión “Combate” protagonizada por el actor Vic Morrow quien representaba a los norteamericanos y siempre vencía a los alemanes, miraba el grupo de soldados que con machete en mano cortaban el zacate de metro y medio de altura.
Era una tarea periódica que realizaban en colonias periféricas de escasa población en Poza Rica, Veracruz.
Significaba no solo limpiar de maleza esos espacios que hoy están pavimentados y habitados, sino también la eliminación de víboras y alacranes, que nunca supe con certeza si eran venenosos, pero que me provocaban miedo al verlos arrastrarse por mis zonas de juego.
Cada vez que llegaban en un camión y empezaban a bajar con un machete los militares, respiraba tranquilo. Para mis adentros agradecía esa labor y a quien ordenara que se llevará a cabo.
Mi padre me enseñó a tenerles admiración.
Siempre mantuvo una relación cordial con ellos. A mi me hizo apreciar su disciplina, orden, puntualidad, actividad deportiva y acciones para ayudar a la sociedad cuando hay un desastre, el llamado plan DNIII.
El principal enlace de mi progenitor con la milicia era porque escribía para el diario La Opinión, el mejor diario de la zona norte veracruzana, en la sección deportiva. Los soldados practicaban futbol, atletismo, voleibol y basquetbol. Competían en las ligas locales. Actuación sobresaliente. Por eso eran noticia. El comandante del 7º batallón de infantería, a veces general y en otras coronel, procurara que el personal bajo su mando tuviera esa participación.
Respetuosos de las normas deportivas. Nunca les vi excesos de fuerza o prepotencia en el juego. Seguro tenían la instrucción u orden de su jefe de acatar al pie de la letra las reglas. Su deber es obedecer órdenes.
Era tal la afinidad de mi padre con los militares que de manera reiterada platicaba de ellos e incluso me hizo aprender e identificar por sus barras y estrellas metálicas los diferentes grados.
Quizás por mi corta edad era mínimo mi interés por las noticias que difundían los medios de comunicación. Apenas si supe que algo malo había pasado en 1968 en Tlatelolco. Fue hasta la universidad cuando leí el libro La Noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska y consulté periódicos en la Hemeroteca Nacional, que conocí el atropello y la tragedia estudiantil.
Después, con mi casaca de periodista, aunque no me tocó esa cobertura, la irrupción de los zapatistas que con Marcos a la cabeza le declararon la guerra al gobierno en 1994. Los militares respondieron con la fuerza que les caracteriza y obedeciendo órdenes, hasta que se decretó el alto al fuego y empezó el lento proceso de pacificación. ¿Se acuerdan que el ocurrente y candidato presidencial Vicente Fox decía que en cuestión de minutos arreglaba el conflicto?
Por supuesto, como estudiante, me enteré de las acciones militares en el mundo. La Primera y Segunda Guerra Mundial. Los pleitos en Medio Oriente. Las dictaduras militares, en particular las de América Latina. La Independencia de México y su Revolución. La fortaleza bélica se hacía sentir. Para fortuna de sus habitantes, en la mayoría de las naciones prevalece la paz.
En nuestro país, después de la Revolución, recuerdo la participación del escuadrón 201 en la Segunda Guerra Mundial, el 68 y el episodio zapatista. La acción de las fuerzas armadas, del Ejército y la Marina, se enfocó hacia la tarea social, al auxilio de la sociedad en desastres. Se ganaron el reconocimiento colectivo.
En los términos de la Constitución, también habían venido apoyando a las autoridades civiles cuando eran requeridos, en particular para reforzar la acción en contra del narcotráfico y delincuencia organizada. Intervenciones programadas. A los militares se les veía más seguido en la aplicación del plan DNIII, en los desfiles de septiembre y en sus cuarteles.
Sin embargo, a partir del sexenio de Felipe Calderón, por órdenes del jefe supremo de las fuerzas armadas, que no es otro que el presidente, la tropa salió a las calles, a la “guerra”, porque así la llamaron en un principio desde Los Pinos, para combatir la delincuencia.
El resultado es que la delincuencia no se ha abatido como quisiera la sociedad y hay militares que han incurrido en faltas graves. Ahí está el episodio de los estudiantes del Tecnológico de Monterrey o de la familia humilde que en Tamaulipas sufrió las consecuencias de pasarse, por miedo, un retén. Evidencias de que los militares están entrenados para la guerra.
Los gobiernos panistas, antes deficiencias y corrupción policiaca, optaron por emplear a los militares. Y hasta ahora, como en cualquier parte del mundo, lo que hacen es obedecer órdenes, esencia de su disciplina.
Se combate la violencia con violencia, cuando la inteligencia es la que debería ir por delante. Encontrar los puntos débiles de la delincuencia, como es su financiamiento, para de verdad doblegarla. Además, generar empleos y mejores ingresos para la mayoría de los mexicanos que viven en la pobreza, porque luego, por su condición económica y necesidades básicas, son tentados a formar parte de los grupos dedicados a delinquir.
Ante lo sucedido en Tlatlaya, donde se presumen excesos, según lo relatado por los medios, aunque resulta extraño que no se ocupen en averiguar con detalle quiénes eran y a qué se dedicaban quienes ahora son vistos como víctimas, es tiempo de evaluar la conveniencia de que las fuerzas armadas regresen a los cuarteles.
No hay que olvidar que el artículo 129 de la Constitución señala que “en tiempos de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.
La “guerra” de Calderón se acabó con Calderón.
Hay que recobrar la seguridad y tranquilidad, pero con inteligencia, con estrategia, en el marco de la ley.