-¿Quieres ser famoso como Julio Iglesias?

-No tanto…

-Bueno, ¿Cómo Luis Miguel?

-Se quedó pensando uno segundos. Asintió con la cabeza.

Es la cabeza del grupo Zenith Nadir. Su canto es popular y es acompañado de teclado y violín.

Vende su disco por las calles porque no ha encontrado otra forma de comercializarlo y obtener dinero.

A 20 pesos.

Uno de sus puntos de venta es la avenida Insurgentes de la ciudad de México.

Se acerca amigablemente y ofrece su disco, platica brevemente los instrumentos que utiliza para la interpretación de su música.

Lo sorprenden las preguntas.

Ve demasiado lejos e inalcanzable la fama del cantante español Julio Iglesias.

Luis Miguel se le hace más cercano.

Posa sonriente para la foto.

Se aproximaba el aniversario de su escuela. José para vestir de traje sólo tenía una opción a la mano. El viejo saco y pantalón heredado de su abuelo. El mismo que llevó a la apertura del ciclo escolar y que ha utilizado para sus reventones de gala de fin de semana.

La gastada frase de “ya pareces retrato” se ajustaba su caso. Expuesto a la mordaz crítica de sus compañeros por ser repetitivo con su ropa o al bullying como se le conoce en los tiempos modernos.

El exceso de peso y un movimiento brusco hizo que su padre pasara un mal momento y tuviera que regresar a casa. Había roto su pantalón por la parte de atrás que dejaba  al descubierto su ropa interior. Quedaba inservible, por lo menos para el progenitor. A la basura o como trapo limpiador, parecía el destino del atuendo.

Sin embargo, José tuvo una mejor idea. Considerando su complexión delgada, sugirió enviar al sastre ese traje para que se lo ajustaran a la medida. Era la oportunidad para llevar algo distinto a la escuela. El arreglo tardaría una semana y él lo necesitaba en tres días.

Por su cuenta, al día siguiente visitó al sastre y lo apresuró a fin de que lo tuviera listo para el aniversario.

Llegó el día de usarlo.  Estaba feliz. Con una sonrisa, emocionado, se puso lo que le significaba nueva vestimenta. Se miró al espejo, de perfil y de frente, por todos los ángulos, varias veces. No quedó conforme. El arreglo apresurado tuvo su costo. El saco, sobre todo, le pareció todavía demasiado grande.

Se decidió por el traje de siempre y el otro lo regresó a la sastrería. Exigencias y gustos de José.

Aunque parezca increíble escuché ronquidos en la sala de cine cuando en la pantalla se jugaba la vida el agente 007. Hasta el espía británico perdió la concentración y se cayó del tren.

El héroe de la película iba por la cascada en caída libre arrullado por los ronquidos. De plano otro espectador se levantó de su lugar a solicitar la ayuda de un empleado de Cinemex WTC para despertar al Morfeo chilango. Ofreció perdón el bello durmiente. No se enteró porqué Bond ya estaba inconsciente en el fondo de una laguna.

Pero eso no fue todo, otro individuo se quitó los zapatos y colocó sus extremidades inferiores sobre el respaldo. Del olor no les puedo decir nada porque lo tenía a distancia. Sus calcetines eran de color gris, como su conducta.

Uno más se la pasó consultando su celular, sin importarle que la luz de su aparato deslumbrara a los de atrás.

Bueno, en otro punto de la sala alguien olvidó apagar o poner en vibrador su teléfono. Sonaba como si fuera emergencia.

El colmo fue la tos intermitente de una mujer, tan ruidosa que urgía la visita pronta al médico. La señora nunca se salió. Tampoco nadie se lo pidió. Todos la aguantaron como el 007 resistió la espeluznante caída.

Y cuando James Bond apareció sin camisa en los brazos de su rescatista, no faltó el comentario envidioso y celoso de un varón, con un volumen para que escuchara el de la siguiente fila: "pinche güero desabrido”.

En esas condiciones, con tantas distracciones, fue un milagro que el súper agente terminara con vida y acabara con los malos.

Lo que les platicó no es ciencia ficción sino una realidad con la que quizás te has encontrado si vas regularmente al cine.

Eso de que la gente guarda silencio y se queda quieta cuando apagan las luces, para disfrutar mejor la película, ya no es regla.

El compañero Manuel, por decir un nombre, estaba nervioso. Habíamos hecho escala en el aeropuerto de Dallas. El destino final era Londres. En la espera una y otra vez su ofrecimiento  “¿Te ayudo con el equipaje?”

La verdad, apenas podía cargar las dos maletas. La oferta era tentadora. Pesó más la advertencia de que en los viajes jamás debes permitir que otra persona te auxilie y mucho menos si no la conoces.

Manuel era periodista, pero era la primera vez que lo veía. El grupo de seis reporteros. El propósito del viaje una crónica turística. Nueva experiencia para alguien dedicado a la nota política.

Llegó la hora de encaminarse hacia el avión. Acalorado y con las manos enrojecidas pero contento a punto de abordar. En cambio Manuel que sólo traía un libro en su mano derecha, no podía superar  el nerviosismo.

En uno de los andenes y a unos cuantos metros de la puerta. Justo en ese tramo un tipo alto, vestido de civil. No alcance a ver si traía alguna placa  que lo identificara como policía. Apresuré el paso para llegar cuanto antes a guardar las maletas arriba de mi lugar.

De reojo alcance a ver que Manuel hablaba con el tipo del andén. Quien iba coordinando el grupo sugirió que todos ocuparan su asiento. Se cerró la puerta del avión y nuestro compañero ya no subió. La información que recibimos fue que le encontraron marihuana en su libro, para su consumo. Lo detuvieron y en esta condición estuvo tres días en Dallas. Su periódico lo rescató. Regresó a México. Perdió su trabajo.

Les cuento esta historia que ocurrió hace más de una década a propósito de que en los estados de Colorado y Washington acaba de aprobarse el uso “recreativo” de la marihuana. En esos lugares ya es lícito el consumo para los mayores de edad (22 años en adelante).

El tema invita a la reflexión y al debate. Pronto México tendrá que fijar su posición en esta materia.

Nunca más supe de Manuel.

Elías Téllez Ortega. Seguro que a muchos no les dice nada el nombre, pero no tengo la menor duda de que todos aquellos que han recibido su atención médica están más que agradecidos.

Su principal cualidad es su calidad humana. La paciencia para escuchar y preguntar al enfermo. Si está en sus manos la solución, la da de inmediato. En caso contrario, recomendará ir con otro especialista o realizar determinado análisis clínico. Sincero, ético y honesto. Sin enredar a nadie ni confundirlo. Tampoco un afán de lucro. Cuota moderada.

El consultorio en zona popular, parte de un inmueble habitacional. Más de un vecino nació y creció bajo su cuidado. Un diminuto letrero indicaba su timbre en el portón. En la ventana que da a la calle su nombre. Abría sin vacilar a todo el que requería de sus servicios. No se escapó de la delincuencia, por lo menos en dos ocasiones, para robarle lo de las consultas, que por supuesto era desencanto de quienes suponían encontrarían una fortuna.

Larga historia de un personaje de la ciudad de México. Miles y miles de pacientes pasaron por su modesto consultorio. Enrique es uno de ellos y platica que hace más de cincuenta años se convirtió en el Doctor de su familia. La bisabuela, los abuelos, los papás, sus hijos.

Absoluta confianza en sus diagnósticos y recetas.

Estatura regular, fuerte, sin sobrepeso, cara redonda. Serio como se requiere para tratar enfermedades, aunque sin faltar sus ocurrencias para animar el momento y alentar a la visita. Enrique recuerda que su abuela sufría diarrea y ella preguntó a su médico si en esas condiciones podía bañarse. “Si le alcanza puede hacerlo”, la respuesta que hacía reír a uno y a otro.

Téllez Ortega ya dejó su consultorio. Hace un año que cerró esa puerta. “Lo hice porque había gente que cuando me veía exclamaba: ¡todavía aquí!  Una forma de decir que tu ciclo ha terminado”, cuenta el Doctor a Enrique en tono de broma.

Ahora en su casa “me aburro, me la paso leyendo periódicos. En el consultorio descansaba”. Su agilidad mental impecable.

Lástima que se desaproveche su experiencia.

¿Se imaginan si a esta clase de personajes se les empleara para transmitir a los futuros médicos lo que es el servicio y el trato humano?

Por lo pronto el Doctor Elías Téllez Ortega puede y debe estar satisfecho por el deber cumplido.

 Hay una irritación de un sector de la sociedad, no sólo de México, sino de diversas partes del mundo, que se ha recrudecido, radicalizado, producto de una inconformidad propia pero también atizada por agentes interesados en abanderar causas en su beneficio personal.

Es un malestar que se explica cuando se reducen las oportunidades para tener calidad de vida y necesidades básicas garantizadas. Surgen expresiones de protesta, reclamos, plantones, cierres de calles, toma de planteles escolares y casetas en autopistas.

Descontento que se da en un sistema democrático, que permite esas libertades y en algunos casos excesos. Por eso nadie está pensando en cambiar ese sistema, por la apertura social que representa. Nada más hay que ver lo que está sucediendo en las redes sociales para darnos cuenta de la inexistencia de límites a las mentadas maternales y demás palabrería agresiva. Manifestaciones en escenarios democráticos.

Lo que hace falta, como dice el sociólogo Gilles Lipovetsky en el libro la Sociedad de la Decepción, es una “transformación cultural que revalorice las prioridades de la vida y la jerarquía de los objetivos”.

No es una tarea sencilla ni de resultados inmediatos. De largo plazo, con acciones concretas y de consenso, requiere mejorar la educación. Es fundamental la calidad educativa.

En el caso de México la misión se vuelve compleja por el comportamiento de personajes, en los diferentes sectores,  que sólo se esmeran en satisfacer sus intereses.

Únicamente la muerte no tiene solución. Nuestro país tiene salida. Le urge mantenimiento y ajuste a su operación. Adecuar reglas y abrir oportunidades, cambiar los odios por los consensos.

El siguiente paso es mejorar la calidad de vida, de todos.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

 ine  scjn  cndh  inai