¡Háblale por teléfono al presidente!
Esteban se aproxima ya a los ochenta años, se ha casado tres veces, la primera lo abandonó, con la segunda se divorció y la tercera se le murió.
Viudo decidió no volver a casarse. Se resignó a vivir solo, aunque en algunas ocasiones era visitado por uno de sus dos hijos, por arriba de los 20 años; le hacía compañía varios días hasta que se aburría.
Vecino amigable, culto, inteligente, hiperactivo; con papeles y pluma en mano salía a caminar, a comer o a tomarse un café; escribe o escribía poemas y le encanta filosofar, platicar y reflexionar.
Todo iba bien hasta que me tocó la puerta con expresión ansiosa y nerviosa, con el cabello fuera de su lugar, despeinado.
-Hay que platicar, hay que prepararse para la batalla, para la guerra –propuso en tono imperativo.
-Soy pacifista –contesté.
La palabra “pacifista lo enfrió, como si le hubiera aventado un cubetazo de agua helada.
Se sintió confundido, optó por despedirse y retirarse.
Al día siguiente, por la tarde, sacó algunos adornos, artesanías, pequeñas esculturas; las puso sobre la banqueta; caminaba de un lado a otro, sin rebasar el área de su casa; detenía a cualquiera que cruzara por su acera, agitaba sus brazos y hablaba con tal rapidez que apenas se le entendía. Había estrellado su teléfono celular contra el piso porque creía que lo estaban espiando.
Volvió a tocar la puerta.
Esta vez para exigir: “¡háblale al presidente, a Los Pinos, necesito hablar con él, me están espiando, dile que me llame!”.
Para no contrariarlo más le seguí la corriente, le ofrecí que lo haría, no sin antes recomendarle que guardara sus cosas que había depositado en la banqueta.
Supuse que se tranquilizaría y volvería a la normalidad.
Empezó a llover.
A la hora, de nuevo el timbre.
Enojado y más exigente, quería saber si ya me había comunicado con el presidente.
Tuve que decirle que no, porque no estaba en mis posibilidades.
Más se encendió y se retiró vociferando, con palabras de reproche, meneando la cabeza de un lado a otro y totalmente despeinado. Se tranquilizó hasta que llegó una patrulla; lo invitó a recoger sus cosas y meterse en su casa. Accedió sin protestar.
Al día siguiente empeoró su situación, apenas se levantó rompió los vidrios de su ventana que da a la calle.
La encargada de la limpieza hizo una llamada telefónica y a los pocos minutos llegó un hermano y el hijo, se llevaron a Esteban.
Inocencia, enterada de todo lo que sucedía en la casa, los vio partir y como no es partidaria de guardar secretos, al primero que le preguntó por lo sucedido le respondió que su patrón sufre esquizofrenia.
Perdimos a un poeta, no ha vuelto, la casa luce abandonada, la doméstica se quedó sin empleo.