De entrada te digo que “La Gaviota” nada tiene que ver con la que imaginas. De la que te contaré es la obra teatral del narrador y dramaturgo ruso Antón Páulovich Chéjov (1860-1904). Y te la cuento en este espacio porque la vi en Navidad, el viernes 25 de diciembre, en un una fecha que jamás, en ninguna parte del mundo, trabajaría un político, en contraste con la vocación del artista.

Los dos con la obligación natural de servir a la sociedad, el primero para darle calidad de vida, el segundo para divertirlo. Ya sabes quien no cumple y no hay necesidad de subrayarlo. Por lo tanto, tampoco va a trabajar en la Navidad y está en todo su derecho de tomarse ese día para su descanso, para su familia, para los amigos. Sin embargo, hay que decirlo, el artista está hecho de otra madera. Es un profesional y el día es lo de menos para ganarse el aplauso de su público.

Te hablo de artistas con trayectoria, con fama, con reconocimiento. Me refiero a Blanca Guerra, Odiseo Bichir. Y con ellos Mauricio García Lozano, Paulette Hernández, Adriana Llabrés, José Sampedro, Carlos Valencia, Pilar Flores del Valle y Pablo Bracho.

“La Gaviota” de Chéjov, adaptada y dirigida por Diego del Río, está en el Foro Shakespeare de la colonia Condesa de la ciudad de México.

El 25 de diciembre del agonizante 2015 había fila para verla, por lo menos un centenar de personas sobre la banqueta de la calle Zamora, en una noche con luna llena y un clima benevolente, sin excesos en la temperatura, un frío soportable a la intemperie.

La apacibilidad nocturna solo era alterada por un personaje que parecía inspirado en el realismo psicológico de Chéjov. Deambulaba en la calle, de repente soltaba un berrido que parecía buscar pelea. Trastabillaba, con una botella de plástico en mano, de litro y medio, de esas que usualmente contienen agua pero la de él tenía un líquido entre rojizo y amarillento. Con ánimo narcisista se detenía y contemplaba por varios minutos su imagen reflejada en las ventanas de autos estacionados. Un tipo desaliñado, barbudo, que le daba a su mano derecha un uso de cepillo y se la pasaba por su cabello, con la intención de acomodarlo. Ahí se quedó, ya no supe más porque llegó la hora de entrar al foro teatral.

No, no era un preámbulo de la obra, pero seguro que si Chéjov viviera, lo hubiera adoptado para sus narraciones cortas.

Bien por los actores que estaban sobre el escenario para recibir a su público e indicarle donde sentarse. Gesto amable de Carlos Valencia, encargado de recomendar silenciar o apagar celulares. El foro se llenó. No vi rostros trasnochados sino interesados, avispados. Cierto, dos personas se rindieron ante Morfeo, pero me pareció que era más por la edad que por otra cosa. A esas alturas ya no se puede ser exigente con el organismo.

La obra consigue lo que busca con su público, hay comunicación, atracción e intimidad.

Me tocó un asiento de privilegio, muy cerca del escenario, tanto que pude ver las lágrimas de Blanca Guerra cuando a su personaje Arkádina le tocó llorar. También sus ojos desorbitados por su enojo. Cada una de sus expresiones, de ella y de todos los artistas.

Tan cerca que escuchaba toser a la misma Blanca cuando estaba en su camerino, cuando el guión le indicaba salir de escena. Nunca tosió ante su público. En el escenario, en la interpretación, una profesional, una maestra inmersa en su papel, una mujer brava y sensible, agresiva y cariñosa, engañada.

La historia dramática, termina en tragedia.

Cada uno de los actores y actrices da vida a su personaje, se adueñan de su realidad, de sus sentimientos y emociones.

Odiseo Bichir como Sorin es un hermano bonachón, enfermo y dormilón, real. Mauricio García representa al escritor enamorado, infiel, el que juega con los sentimientos de la mujer madura y una jovencita, con un dominio verbal capaz de encadenar a su escondida pasión a las dos.

Paullete Hernández es la Gaviota que opta por el amante maduro y provoca el suicidio de su joven enamorado. Adriana Llabrés es la frustrada que ama un imposible y se casa con otro. José Sampedro es el novato, escritor de teatro fracasado y desilusionado.

Carlos Valencia es el calculador que se sale con la suya al casarse con la mujer de sus sueños, aunque sepa que no lo quiere. Pilar Flores del Valle es ama de casa sufrida, ansiosa de afecto. Pablo Bracho es el médico otoñal y sus aires de conquistador menguados por el tiempo.

Artistas profesionales que con su actuación hacen de carne y hueso a los personajes de Chéjov y envuelven a su público en un manto de emociones. Y que conste, en una noche de navidad.

La lealtad es un valor que parece perdido en estos tiempos, aunque todavía hay personajes de la vida pública que se significan por ese comportamiento.

Por supuesto que no me voy a referir al ámbito de la política, donde hay que utilizar la lupa para encontrarlos.

Esta vez te contaré la historia de Jorge Alberto Aguilera. Quizás el nombre no te diga nada, aun cuando su imagen se ha visto en la televisión cada domingo, en el canal de las estrellas, por más de tres décadas. A lo mejor lo ubicas si te recuerdo que ha acompañado todo ese tiempo a Xavier López “Chabelo”.

La figura indiscutible ha sido “Chabelo”, así quedará para la historia del espectáculo en México. Jorge Alberto ha sido discreto en su desempeño, medido y sin pretender competir con el niño “eterno”, sea dicho con todo respeto este calificativo para Xavier y en reconocimiento a su permanencia en el ánimo de más de una generación de infantes.

Jorge Alberto ha sido leal, confiable con su jefe y seguro amigo, siempre al lado o atrás, nunca con la intención de quitarle reflectores. De otra manera no se entendería su duración en el programa. Llegó hasta el cierre del ciclo “En Familia con Chabelo”, con la misma actitud.

Lo conocí cuando coincidimos en Radio Mil, él era locutor y yo reportero. La empresa entonces tenía sus instalaciones en la avenida Insurgentes, número 1870, la llamada zona azul y oro.

Cada vez que nos encontrábamos, no pasaba del saludo de compañeros de trabajo, él en su cabina de la estación 590, “La Pantera”, y yo en la redacción de noticias. Discreto y dedicado a lo suyo, metódico. Cumplía su horario de locución para un auditorio juvenil, se despedía y se retiraba. Algunas veces lo llegué a ver cotorrear con Jaime Kurt, actual locutor de la televisión comercial, nada más.

Solo una vez tuve oportunidad de platicar con Jorge. Ya sabía que trabajaba en el programa de “Chabelo”. Me interesó saber más de su actividad en la televisión y lo que le pagaban. Entonces su participación era con voz  en off. Los que aparecían a cuadro eran “Chabelo” y el Mago Frank. A la salida del mago, se incrementó su actuación y no la desaprovechó.

Estaba en espera de su transporte en Insurgentes. En ese entonces ni idea de que se fuera a construir un Metrobús. El camión se tomaba su tiempo. Por lo menos conversamos 20 minutos. Tranquilo, sin aspavientos, habló de su participación en la televisión. Por cuatro domingos con “Chabelo”, su ingreso era superior al que recibía en Radio Mil.

Ningún gesto de arrogancia, sencillo, cordial. Estaba satisfecho con lo que hacía. La radio y la televisión se complementaban en su agenda. Su lenguaje positivo, ninguna observación negativa para las empresas o jefes con los que laboraba. Agradecido con la vida, hijo de locutor (Ramiro Aguilera Martínez).

Obvio que nunca imaginó el tiempo que trabajaría con “Chabelo”.

La clave es que ha sabido hacer su trabajo; pero sobre todo, ser leal.

Me tocó primera fila, supuse que perdería perspectiva de la pantalla, pero no, porque el celuloide estaba al fondo del escenario. No tuve que cansar el cuello como ocurre en las salas cinematográficas cuando por razones de cupo es inevitable sentarse en las butacas que van al frente y mirar todo el tiempo hacia arriba.

La Dalia Negra es una combinación de cine y teatro. La verdad no recuerdo haber visto un espectáculo con esas características en México. Me llamó la atención cuando empecé a leer sobre la obra, sobre todo por los recursos técnicos, porque la historia, caso de la vida real, ya la conocía.

¿Cine y teatro? ¿Cómo será eso con un suceso espeluznante?, ¿Se pueden mezclar? ¿Pierde el teatro? ¿Pierde el cine? ¿Pierde la obra?, las preguntas que me hacía.

Decidí que era conveniente verla, una novedosa oferta de los hermanos Jorge y Pedro Ortiz de Pinedo, con las actuaciones protagónicas de Fernando Luján y Ariadne Díaz. Fernando, artista consagrado, actor desde la infancia y en la actualidad con 77 años de vida. Adiadne, 29 años, con escuela de Televisa y experiencia de telenovela, sobre todo; bella y orgullosa de su embarazo. Por evidentes y justificadas razones, solo estará en la obra lo que resta del año.

El cóctel teatro-cine, funciona, te deja buen sabor, lo disfrutas.

Antes, te debo decir que el recibimiento en el Foro Cultural Chapultepec de la avenida Mariano Escobedo en la ciudad de México, es musical, animado y estético. Tres mujeres que cantan melodías de los cuarentas, para ambientarte con la época, prepararte para lo que sigue, justo a unos metros de la puerta principal del teatro. Muy bien. Rostros encantadores, figuras vigorosas y emotivas que parecen sacadas del túnel del tiempo, cuando a la belleza no se le exigía delgadez o flacura.

La Dalia Negra es un episodio policiaco, la muerte de una joven actriz de Hollywood, que en su tiempo fue escándalo mayúsculo. Descuartizaron su cuerpo. Nunca se supo con certeza quien o quienes la mataron. Te quedas sin habla con el final de la obra porque deja la rotunda impresión de haber descubierto al presunto asesino, de acuerdo con la investigación histórica de John Richman.

En la vida real, nunca se castigó a nadie por ese homicidio.

Fernando Luján hace el papel del detective Harry Murphy, con su clásico sombrero y la infaltable gabardina.; su voz sonora y grave, aguardentosa en término coloquial, impone en el escenario. Ariadne se viste de Elizabeth Short, la mujer víctima de su devaneo amoroso; es dulce, sensible y delicada.

Sus actuaciones dan vida a los personajes y se complementan con la participación de cada uno de sus compañeros. Todos esmerados. Por momentos no sabes si estás en el teatro o en cine, Los actores y actrices se acoplan a las dos expresiones del arte.

Eficaz la amalgama, un espectáculo cautivador.

Escuchar a la salida del teatro solo elogios de la gente para la obra musical e incluso de quien suponía que se aburriría porque era la tercera ocasión en que acudía a verla, confirma el pulimento del espectáculo, la creatividad, variedad y calidad de voces para agradar al público.

No es una obra de fastuosa escenografía ni de lujoso vestuario, tampoco de una trama compleja y profunda, es sencilla, simple, directa; la reminiscencia musical de los ochenta tiene un tejido fino; el collage y el popurrí son impecables con interpretes profesionales, esmerados, lucidores.

Eso explica que la obra musical Mentiras tenga ya más de 2 mil 300 representaciones  y casi siete años en cartelera.

La persona que escuché había asistido por tercera vez era una señora acompañada de sus hijos, de su familia. Les compartía su regocijo, su satisfacción. Su rostro relajado e iluminado con una sonrisa.

-¿Volvería una vez más a ver la obra?

-Por supuesto- contestó de inmediato.

Iba cautivada, se subió feliz a la parte trasera de su automóvil.

En ese lapso de espera corto, porque hasta el valet parking funciona con rapidez para entregar los vehículos, no registré ningún comentario discordante. La aprobación de la obra es unánime.

Está dirigida por José Manuel López Velarde y tiene como productores a Morris Gilbert y Federico González Compeán.

Larga la lista de artistas que han hecho el papel de los cinco cantantes (cuatro mujeres y un varón). Nadie se ha quejado de que hayan desentonado o desafinado. Pulcra la interpretación.

Crisanta Gómez, Marta Fernanda, Natalia Sosa, María Fillippini, Pía Aun, Georgina Levín, Gabriela Steck, Leticia López, Paola Gómez, Cecilia Anzaldúa, Majo Pérez, Hiromi Hayakawa, Mauricio Martínez, Mauricio Salas, Mariano Palacios, Alex Brizuela, Tony Bernetti, entre otros y otras, con calificaciones aprobatorias.

También han pisado el escenario del centro teatral Mano Fábregas invitadas especiales como Lolita Cortés, Kika Edgar, Angélica Vale, Dalilah Polanco,Tatiana y Lorena de la Garza.

Éxitos de los ochenta en el repertorio musical popular, una treintena de canciones, en collage o popurrí.

Castillos, Tu muñeca, Quiero dormir cansado, noche de Copas, Me alimento de ti, De color de Rosa, Castillos, Amiga mía, Toda la vida, Mudanzas, Acaríciame y El me mintió, parte de la selección.

El grupo musical que toca en vivo, domina el repertorio.

La historia causa hilaridad por momentos, entretiene, pero las voces y canciones, tienen magia y encantan, con una dirección que ha sabido sacarles el mejor provecho para beneplácito del público.

La historia que te voy a contar es de una gata negra y sus andanzas con un gato gris.

Cayeron los dos al pequeño jardín de la casa del vecino Esteban, que se puede ver desde el cuarto piso del edificio en que vivimos. La ventana de la recamara de mi hijo menor da hacia ese sitio.

El pasado viernes 13 de noviembre, a las tres de la mañana, mi hijo interrumpió mi sueño, con cierta cara de susto y alerta. Hizo un reporte corto de lo que sucedía en ese jardín: dos gatos que maullaban e intentaban salir, escalar la pared, que corrían de un lado a otro, con ojos brillantes y aterrados.

No me levanté, preferí seguir el sueño, le sugerí que hiciera lo mismo, que estuviera tranquilo porque no pasaría nada.  Además, los animales estaban en territorio ajeno.

Al día siguiente, al mediodía me topé con Esteban y conocí la historia de los gatos encerrados.

Su jardín está protegido con una barda que tiene altura de tres metros e hilera de vidrios filosos en la parte superior, con la obvia intención de espantar la incursión de individuos extraños.

Resulta que la gata negra, robusta, de pelo cuidado y sedoso, de aproximadamente cuatro kilos de peso, es domestica. El gris, delgado y pelo desaseado, callejero.

Es raro que hubieran caído al vacío, pero perdieron el equilibrio por su flirteo nocturno, se descuidaron y entraron en pánico, sobre todo la gata.

Por más que se impulsaba y arañaba la pared, no conseguía remontar la barda. Dejó de hacerlo hasta que se cansó. Su compañero lo intentó solo dos veces, después se acomodó y acurrucó en una esquina a mirar el esfuerzo de su pareja.

Una vez que amaneció, Esteban, quien por precaución mantuvo cerrada la puerta que da a su jardín,  salió de su casa a tratar de dar con los dueños de los felinos.

El encargado de un estacionamiento público le precisó que la gata negra tenía dueño; sin embargo, no sabía donde vivía. Sobre el gato gris le aseguró que era callejero.

Continuó la búsqueda.  El recolector matinal de basura le ofreció: “si me entero que alguien pregunta por esos gatos, lo mando a su domicilio”.

Esteban pasó frente a oficinas del partido Movimiento Ciudadano. Por la reja se le ocurrió preguntarle al vigilante si en ese lugar había gatos. Hizo cara de “What?” su interlocutor y aclaró de inmediato: “aquí lo que hay son muchas ratas”.

Con ironía lanzó su segunda pregunta: “¿De dos o cuatro patas?”.

Quedó estupefacto el vigilante.

Segundos después reaccionó, respiró profundo, miró de un lado a otro y con voz suave respondió:

“De las dos”.

Estaban se retiró con una sonrisa. Más adelante se encontró al “viene..viene” , mil usos y "dueño" de la calle. Fue el salvador de los gatos. No quiso acercárseles,  porque “me pueden arañar”. Fue por una escoba de barrendero a su domicilio, a media cuadra. Regresó e hizo que la gata intentara de nuevo saltar; una vez que había subido la tercera parte de la pared, la empujó con los filamentos de la escoba.

El gato gris, que no había perdido detalle de la escena, resolvió seguir a su pareja, trepó y, cuando parecía que se caía, recibió la misma ayuda y alcanzó el borde.

Se escuchó un maullido de triunfo y así acabó la historia de los gatos encerrados, en viernes 13. En la pared quedaron marcados los arañazos, sobre todo de la gata.

Sólo tres personas en la adaptada sala de cine. Como que el título del documental, El regreso del muerto, no es atractivo para verlo antes de ir a dormir, aunque sea ganador de varios premios.

Menos si se trata de la vida y obra de un sicario, salvo que uno esté acostumbrado a las pesadillas.

Decidí acudir a la cita porque el objetivo era festejar al director Gustavo Gamou, premiado el pasado mes de septiembre en el Festival Internacional de Documentales en Chile.

La gente huele cuando al evento no irá la figura principal. Gustavo avisó de último momento que no pudo tomar el avión que lo traería de Oaxaca a la ciudad de México.

Mi espíritu investigador me hizo suponer que el mezcal, las felicitaciones, abrazos y firma de autógrafos lo habían convencido de quedarse una día más en la tierra del quesillo.

Carlos Martínez Rentería, promotor de la cultura en la Pulquería Los Insurgentes, también estuvo ausente, porqué sufrió un accidente que le causó la rotura de su pierna izquierda.

Su hijo Emiliano, gentil y comedido, lo suplió y se hizo cargo de la coordinación, con un rostro que hacía evidente esfuerzo por ocultar su inquietud por no ver llegar al público. No le quedó otra que dar instrucciones al operador del ordenador o laptop para que media hora después de lo programado empezara la exhibición del documental.

En la espera y quizás para que no se le fuera la tercia de asistentes, invitó las cervezas. Vía celular se mantuvo comunicado con su padre para enterarlo de lo que ocurría.

Carlos Alcocer, uno de los tres y también director del documental que se verá en ese mismo lugar el próximo miércoles, sugería a Emiliano que a la brevedad se anuncie en las redes sociales su película llamada La Mejor Oferta, que anticipó está impregnada de humor negro.

“El regreso del muerto” no me impresionó, porque la realidad del mundo es mucho, mucho más dramática, sangrienta e injusta.

Además, yo quería observar la reacción de la gente ante la película premiada. Lástima que no llegaron, ni la gente ni Gustavo Gamou.

Con motivo del mes septembrino, las fiestas patrias, el recuerdo de la lucha por la independencia, cuando nadie se queda sin gritar el “¡viva México!”,  te contaré un episodio que demuestra la congruencia y lealtad de un niño a sus valores, en pleno Zócalo.

El niño quería vaciar su vejiga. Era la noche del 15 de septiembre en la ciudad de México, una de las veces que como periodista hice la cobertura del festejo popular, afuera, en la rectangular plancha, no en los pasillos y salones fastuosos de Palacio Nacional.

Aproximadamente de cinco años. Se cruzaba las piernas para resistir y jalaba con sus dos manos la falda a su mamá, entretenida con el colorido de los fuegos artificiales en el cielo.

-Quiero hacer “pipi”- era su clamor.

-Ahí, pegado al carro de bomberos- la instrucción materna que le señalaba un punto con la mano derecha.

Sin embargo, el pequeño parecía resistirse, nada hacía por bajarse el cierre de su pantalón y mucho menos aproximarse al sitio indicado.

El camión de bomberos estaba estacionado cerca de la la esquina de 5 de Febrero y 16 de septiembre, con el motor apagado. Su color rojo resplandecía cada vez que estallaba la pirotecnia.

Se veía imponente al lado del menor.

Crecía la angustia en su rostro y arreciaba la exigencia a su progenitora.

-¡Quiero hacer pipi!

-Ya te dije que en la llanta- reacción enfurecida de la madre, que no dejaba de mirar hacia el cielo.

El niño empezó a llorar.

Colmó la paciencia materna. Lo jaló de uno de los brazos, lo acercó al carro de bomberos y le bajó el cierre del pantalón. El niño ya no aguantó más, mojó su propia ropa con tal de no orinar al camión.

Entendible su comportamiento, a esa edad es indiscutible la fascinación por los bomberos y se sueña con ser bombero de adulto. Para él era inaceptable depositar sus residuos líquidos sobre la unidad de emergencia.

La madre, como castigo, le estiró una de las orejas.

Noche del 15 de septiembre en el Zócalo, el presidente inventor de la “sana distancia” con su partido, había vitoreado a los héroes desde el balcón central de Palacio. La gente que llenaba el Zócalo con el grito de “¡Viva!” después de escuchar uno a uno los nombres de quienes le dieron Independencia a México.

Como de costumbre, los fuegos artificiales que realzaban la belleza y majestuosidad de los edificios, el mismo Palacio Nacional, la Catedral, el ayuntamiento de la ciudad, la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

En ese marco, el niño prefirió orinar su pantalón a ensuciar su adorado camión de bomberos.

Al maestro Ariosto Otero le ha tomado más de dos décadas rendirle tributo con su pincel al monstruo mitológico de la cultura griega. Lo pinta y dibuja portentoso, musculoso, con una mirada diablesca en unos cuadros, en otros complaciente, melancólica y hasta divertida. Lo contrasta y hace posar con un manojo floral, descansar sobre una alfombra de flores y dejar caer pétalos a la hora del baño en la tina. Seductor avasallador. Dominante de la mujer frágil, temerosa y sumisa ante la bestia.

Creó una treintena de pinturas, dibujos y bocetos en la privacidad de su taller. Solo Ariosto y el Minotauro. El arte, el color y la emoción del pintor en comunión con ese personaje mitológico, más allá de la leyenda de infidelidad de una reina y voracidad del animal por la carne humana.

El maestro Ariosto tiene bien ganada la fama de muralista, su obra está plasmada en diferentes espacios públicos en el mundo. Muchas veces lo he visto sobre los andamios, con el sudor en la frente, con sus lentes, overol y pinceles. En edificios de gobierno, en hospitales, en mercados, en plazas, con un arte que tiene a la vista y en su esencia el sentir popular.

Me ha sorprendido con su trabajo de caballete. No sabía que también le dedicaba tiempo al Minotauro. Su colección se exhibe en la Galería Club del Arte, que no podía estar mejor ubicada, en la calle que lleva el nombre del filosofo griego Aristóteles (354), en la colonia Polanco de la ciudad de México. Ahí es donde la puedes ver y adquirir en este mes de agosto.

En la inauguración Ariosto hizo referencia a esa historia mitológica, a ese episodio

 del rey engañado por su esposa con un toro blanco regalado por Zeus, una relación de la que nace el Minotauro quien después es llevado a un laberinto en la isla de Creta para pagar su culpa y donde muere a manos de Teseo.

La idea de pintar al Minotauro tiene su origen en su viaje por España. Primero es cautivado por la tauromaquia española, por la bravura de los toros y la valentía de los toreros.

Cuando regresa empieza a dibujar astados, sin imaginar que en ese camino se encontraría con el Minotauro. Es atrapado por la leyenda. La estudia y le da una estocada con su arte. Con sus pinceles hace lo que quiere con la bestia. Le da vida en sus cuadros.

Una bestia amorosa, conquistadora, porque así se ve el Minotauro con el ramo de flores en sus manos.

Para darle el toque romántico al momento inaugural, desde el hospital, porque estaba programado para una intervención quirúrgica, el poeta chiapaneco Roberto López Moreno envió un mensaje electrónico.

Incluyó una frase que parecía dedicada a esa mujer delineada y bella que acompaña a la bestia en la obra pictórica:  “déjame entrar en tu cuerpo para hacerte taurina la tarde y la noche…”

Poesía y pintura inspiradas por la historia de un Minotauro.

Una bestia que esta vez sucumbió ante el arte y los pinceles de Ariosto Otero.

La invitación del “cultureman” Carlos Martínez para ver teatro de títeres en un bar era un gancho insalvable. Recordé mi niñez, las veces que acudí a un espectáculo de personajes sujetados por hilos y jalados por manos diestras de artistas anónimos. Ocasionalmente transmitían ese tipo de variedad por Televisión.

No soy experto en titiriteros  (excepto los de la política) y no recuerdo a nadie en especial en México.

Para el espectáculo nocturno, como se trataba de títeres, igual que lo hacía de niño, me senté en primera fila para no perder movimientos ni gestos. Estos eran mudos, ningún dialogo.

Kenia Castillo era la titiretera, joven emprendedora, creativa, con una propuesta alternativa. Directora y autora del cuento El Rinoceronte. Por supuesto que en el lugar solo había adultos, supuse que todos con corazón de niño.

Y empezó el cuento. La mirada de Kenia se transformó en un imán, atraía. La inclinación de su cabeza hacía que sus lentes de armazón roja tuvieran un deslizamiento corto y natural sobre su nariz. Sus ojos quedaban al descubierto y se agigantaban como si quisieran saltar al pequeño escenario para ser parte de la historia.

Los títeres de cartón y, en lugar de hilos, tiras delgadas y angostas del mismo material.

El cuento es breve. No te puedes distraer porque el costo es no saber que pasó con la manada de rinocerontes pintados de azul, amarillo y púrpura ni porqué se involucraron en esa obra.

No es una historia selvática ni zoológica. Se trata de un conferencista que se imagina a los rinocerontes. Se enoja con los asistentes a su conferencia porque se duermen en vez de ponerle atención. Te enteras que los ha vencido el sueño al pasar sobre sus cabezas la “zzzzz”.

Kenia hace un sonido gutural que por un momento supuse había que atribuírselo al voluminoso animal, pero no, correspondía al conferencista, molesto por los dormilones.

Dura quince minutos, no terminas de acomodarte en tu silla cuando ya está la escena final.

La historia exige imaginación de los adultos para captar el mensaje. Lastima que ya se acostumbraron a recibir todo digerido. La magia y encanto de la imaginación para muchos se pierde cuando se deja de ser niño.

El esfuerzo de Kenia es plausible.

El joven escritor traía doble gorro, chamarra de mezclilla y sudadera en un pequeño salón donde la temperatura rondaba los 25 grados centígrados.

¿Será su estilo?, me pregunté. No lo había visto antes. Solo sabía de sus textos,  nada de su personalidad.

Por lo menos tenía el ventilador del techo en dirección de su cabeza.

¿Tendrá frío o se protege la mollera para que no se le escapen las ideas con el viento artificial?, otra pregunta que me hacía.

Abrigarse de esa manera en verano era para provocar a cualquiera más calor y sed.

Estuve a punto de ordenar una bebida de cebada en ese lugar de Insurgentes donde la cultura se promueve entre aromas etílicos.

La vestimenta es asunto de cada persona pero no me pude contener y al final de la presentación de su nuevo libro le pregunté el porqué de su doble gorro.

-Es que llegué caminando, había sol, tengo la piel sensible y se me irrita, así me protejo.

Nada más que para ese momento en el que le solicitaba una explicación ya eran las nueve de la noche.

-Vivo al revés,  a veces me pongo calcetines de diferente color –remató .

Ese es Alex Mondragón, un nuevo valor de las letras mexicanas, en el estreno de su libro Muladar, 167 páginas para describir la ciudad en la que nació y vive, la ciudad de México.

No es casual el título, como diría Arturo J. Flores, autor del prólogo. Coincidió con la estrella de la noche en que habitamos “un gigantesco muladar en el que se acumulan violencias, sueños rotos, cariños sinceros y escenas mundanas”. De eso escribió Alex, de lo que hay en el Distrito Federal, de lo que dice la gente. Se definió como un “recabador de sonidos”.

Para él es muy importante escuchar a la gente y por eso considera clave “desarrollar un buen oído”.

Me pareció corto para hablar. Prefirió que le hicieran preguntas en vez de pronunciar un mensaje o discurso sobre su libro.

Tampoco pudo leer un fragmento de su obra, porque el lugar es de poca luz y olvidó sus lentes. Aydeé Bravo, la editora, dueña de Vodevil ediciones, con una mejor visión, leyó uno de los relatos.

Confesó que lloró con el último.

Alex Mondragón demostró que lo suyo no es la expresión oral, sino escribir.

Desde niño siente necesidad de hacerlo.

Cree que no lo hace bien. Para su fortuna sus lectores opinan lo contrario.

En la escuela de periodismo aprendí que cuando existe un tema controvertido lo justo es que se escuche a las partes involucradas, para equilibrar la información, porque de lo contrario se cae en la parcialidad y se corre el riesgo de cometer un grave error.

Lo peor es lanzar una imputación sin que se haya hecho una investigación como corresponde hacerla a quien se dice periodista. Lastima al periodismo y a quien difama.

Todavía más grave es que a sabiendas de que no investigó ni equilibró la información, haya empeño por sostener el infundio, al precio que sea, para tratar de que no se descubra la mentira y evitar caer en el ridículo.

Viste más reconocer que no se respetaron los cánones del periodismo y disculparse, porque nadie es perfecto y mucho menos dueño de la verdad. Es importante que esto se ventile para que las instituciones públicas lo valoren.

No se trata de juzgar la trayectoria de nadie, solo poner sobre la mesa un acto desatinado, falaz.

Para esta historia es oportuno reproducir una frase que siempre he apreciado de Abraham Lincoln, quien fuera presidente de los Estados Unidos de América de 1861 a 1865:

“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

Este es el caso, en una primera instancia la falsedad sorprendió a quienes la escucharon, hay algunos que siguen en el engaño, pero ya todo el mundo no se la traga ni acepta. Hay demasiados elementos, pruebas que contradicen lo supuesto.

Era obligado conocer la versión de la contraparte, procurar ahondar en una investigación, escuchar la voz de otros testigos, de mujeres y hombres a los que les constan los hechos, que no hablan de oídas.

Recuerdo que alguna vez en el ejercicio de la profesión, cuando yo trabajaba para El Universal, le comenté a Sara Lovera que su nota que había escrito para otro medio desvirtuaba lo dicho por un funcionario.

El comentario la enfureció.

Le resté importancia al incidente porque al final cada periodista es responsable de lo que escribe. Si fue imprecisa, el descrédito era para la misma periodista y para el medio que laboraba.

A Rogelio Hernández López lo conozco desde hace varios lustros. Riguroso en lo que le he leído. Recuerdo sobre todo su etapa en Excélsior, cuando este diario era el número uno de la ciudad de México.

Con él conversé el tema que hoy les cuento.  Me reveló que Lovera le pidió que se sumara a una campaña en mi contra con el argumento de que existía una acusación.

Rogelio le hizo ver en primer lugar que soy periodista. Segundo, le sugirió que me escuchara antes de sacar conclusiones.

Ella decidió quedarse con una versión plagada de falacias.

Debe saber que no descansaré hasta que triunfe la verdad. He acreditado mi inocencia y ahora lucho porque se reconozca.

Sirva esta historia para que nadie más se deje sorprender por esta persona o se tome con reserva lo que divulgue.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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