Carta al Coronavirus
Te has llevado amigos y conocidos, más de dos millones en el mundo. Tu saña no tiene límite. Te comportas como un resentido. Sin compasión. Has matado a ricos y pobres. No te importa el estatus ni si son poderosos o gobernantes, tampoco si se trata de inocentes. Contagias al que quieres y matas a los más débiles.
No tienes padres, nadie asume la paternidad. Se sabe el lugar donde naciste, pero nadie conoce a tus creadores. ¿Llegaste de otro planeta? ¿Por eso no te importa la humanidad? Eres cruel, no te conmueve el dolor de nadie.
La primera vez que se supo de ti, estabas en Wuhan, ciudad China. Muy lejos de México, en el continente asiático. Pronto vieron los chinos lo peligroso que eras, porque de otra manera no hubieran decidido construir gigantesco hospital en una semana. Veían inmensa tu maldad, sin piedad.
Avanzaste por el mundo como la humedad, con una velocidad para espantar a cualquiera. Fronteras y muros te valieron gorro. Las medidas sanitarias ni medianamente te pudieron contener. Obligaste a muchos a confinarse, a guardar distancia, a usar cubreboca. Hay quienes se atrevieron a retarte, a minimizar tu rencor y efectividad homicida. Eres uno de los peores asesinos en la historia universal.
¿Por qué el enojo? ¿Es venganza? No tienes madre ni padre. Ser sin afectos, sin sentimientos. Lo único que te parece importar es contagiar y contagiar, matar y matar. Espantas. Las películas de horror son de risa a tu lado. Tu capacidad de mutación ha puesto en jaque a los que creían que ya te habían controlado. Los que suponían que empezaban a regresar a la normalidad, están de nuevo en guardia.
Como no eres visible a simple vista, hay miles que ponen en duda tu existencia. Ignoran cualquier medida preventiva. Te faltan al respeto, te retan. Organizan fiestas, encuentros colectivos, a pesar de las recomendaciones. Gente que exige respeto a su derecho de reunión, encontrarse con familiares, amigos, compañeros. Es la libertad que se ha ido por tu culpa y que nadie quiere perder para siempre.
La ansiedad, la desesperación, el perjuicio económico, la necesidad de volver a trabajar para comer, lleva a otros a correr riesgos, a exponer la salud, la vida. Una de dos: los contagias y matas o se mueren de hambre.
Por más que se han esmerado científicos y laboratorios, todavía no han conseguido que todos puedan aplicarse una vacuna para hacerte frente. No hay capacidad para abastecer con oportunidad a los países que has diezmado, que tienes en la desesperación, en la angustia y hasta en la impotencia.
Hoy escribo estas líneas porque ya hartaste. Amigos, conocidos, familiares, compañeros de trabajo, han empezado a caer. Algunos afortunados han logrado recuperarse del contagio, otros no resistieron tu veneno.
Las noticias mortuorias en el círculo cercano se han vuelto cotidiano. Impacto tras impacto en el corazón, dolor y llanto por los que marchan.
Espero que si eres tan poderoso para matar, para aterrorizar al mundo, también sepas leer y reflexionar.
¿Qué harás si acabas con todos? Si lo que buscas es un espacio exclusivo para ti, no hay necesidad de que acabes con la humanidad. Es posible la convivencia como sucede con otros virus.
Coronavirus (Covid-19) para ya la matazón y deja a la sociedad vivir en paz, te lo ruego.