¨La Gaviota" en navidad
De entrada te digo que “La Gaviota” nada tiene que ver con la que imaginas. De la que te contaré es la obra teatral del narrador y dramaturgo ruso Antón Páulovich Chéjov (1860-1904). Y te la cuento en este espacio porque la vi en Navidad, el viernes 25 de diciembre, en un una fecha que jamás, en ninguna parte del mundo, trabajaría un político, en contraste con la vocación del artista.
Los dos con la obligación natural de servir a la sociedad, el primero para darle calidad de vida, el segundo para divertirlo. Ya sabes quien no cumple y no hay necesidad de subrayarlo. Por lo tanto, tampoco va a trabajar en la Navidad y está en todo su derecho de tomarse ese día para su descanso, para su familia, para los amigos. Sin embargo, hay que decirlo, el artista está hecho de otra madera. Es un profesional y el día es lo de menos para ganarse el aplauso de su público.
Te hablo de artistas con trayectoria, con fama, con reconocimiento. Me refiero a Blanca Guerra, Odiseo Bichir. Y con ellos Mauricio García Lozano, Paulette Hernández, Adriana Llabrés, José Sampedro, Carlos Valencia, Pilar Flores del Valle y Pablo Bracho.
“La Gaviota” de Chéjov, adaptada y dirigida por Diego del Río, está en el Foro Shakespeare de la colonia Condesa de la ciudad de México.
El 25 de diciembre del agonizante 2015 había fila para verla, por lo menos un centenar de personas sobre la banqueta de la calle Zamora, en una noche con luna llena y un clima benevolente, sin excesos en la temperatura, un frío soportable a la intemperie.
La apacibilidad nocturna solo era alterada por un personaje que parecía inspirado en el realismo psicológico de Chéjov. Deambulaba en la calle, de repente soltaba un berrido que parecía buscar pelea. Trastabillaba, con una botella de plástico en mano, de litro y medio, de esas que usualmente contienen agua pero la de él tenía un líquido entre rojizo y amarillento. Con ánimo narcisista se detenía y contemplaba por varios minutos su imagen reflejada en las ventanas de autos estacionados. Un tipo desaliñado, barbudo, que le daba a su mano derecha un uso de cepillo y se la pasaba por su cabello, con la intención de acomodarlo. Ahí se quedó, ya no supe más porque llegó la hora de entrar al foro teatral.
No, no era un preámbulo de la obra, pero seguro que si Chéjov viviera, lo hubiera adoptado para sus narraciones cortas.
Bien por los actores que estaban sobre el escenario para recibir a su público e indicarle donde sentarse. Gesto amable de Carlos Valencia, encargado de recomendar silenciar o apagar celulares. El foro se llenó. No vi rostros trasnochados sino interesados, avispados. Cierto, dos personas se rindieron ante Morfeo, pero me pareció que era más por la edad que por otra cosa. A esas alturas ya no se puede ser exigente con el organismo.
La obra consigue lo que busca con su público, hay comunicación, atracción e intimidad.
Me tocó un asiento de privilegio, muy cerca del escenario, tanto que pude ver las lágrimas de Blanca Guerra cuando a su personaje Arkádina le tocó llorar. También sus ojos desorbitados por su enojo. Cada una de sus expresiones, de ella y de todos los artistas.
Tan cerca que escuchaba toser a la misma Blanca cuando estaba en su camerino, cuando el guión le indicaba salir de escena. Nunca tosió ante su público. En el escenario, en la interpretación, una profesional, una maestra inmersa en su papel, una mujer brava y sensible, agresiva y cariñosa, engañada.
La historia dramática, termina en tragedia.
Cada uno de los actores y actrices da vida a su personaje, se adueñan de su realidad, de sus sentimientos y emociones.
Odiseo Bichir como Sorin es un hermano bonachón, enfermo y dormilón, real. Mauricio García representa al escritor enamorado, infiel, el que juega con los sentimientos de la mujer madura y una jovencita, con un dominio verbal capaz de encadenar a su escondida pasión a las dos.
Paullete Hernández es la Gaviota que opta por el amante maduro y provoca el suicidio de su joven enamorado. Adriana Llabrés es la frustrada que ama un imposible y se casa con otro. José Sampedro es el novato, escritor de teatro fracasado y desilusionado.
Carlos Valencia es el calculador que se sale con la suya al casarse con la mujer de sus sueños, aunque sepa que no lo quiere. Pilar Flores del Valle es ama de casa sufrida, ansiosa de afecto. Pablo Bracho es el médico otoñal y sus aires de conquistador menguados por el tiempo.
Artistas profesionales que con su actuación hacen de carne y hueso a los personajes de Chéjov y envuelven a su público en un manto de emociones. Y que conste, en una noche de navidad.