Educación
Esta vez tuve que subir al Metrobús porque el Doble Hoy No Circula dejó paralizado mi automóvil. Puntual, a la hora programada para la inauguración de una exposición de pintura en la Casa de Cultura San Rafael, en la colonia del mismo nombre en la Ciudad de México.
La verdad, nunca había pisado esa vieja casona que ahora funciona como casa de cultura. Cuando llegue había una conferencia académica, en lo que sería el patio. Se hablaba sobre la historia del ferrocarril en nuestro país.
Recorrí los dos niveles, sus salones de exposición que en el pasado sirvieron de habitaciones o dormitorios, un taller de pintura con la ventana abierta. En el pasillo de la parte superior, bancas de madera y ahí, sentado, escuchaba que la conferencia estaba por terminar.
Antiquísimo espacio de la Ciudad de México para fomentar el arte, con acceso gratuito.
Una treintena de visitantes, algunos niños.
Iba para ver la obra del pintor Octavio Moctezuma. Había tres expositores más, otros perfiles y otro arte.
A mi lo que me llevó a ese lugar era conocer lo que había hecho Octavio, lo que tituló “La fábula de la liebre y el perro”.
En particular su cuadro “Frederick Mosh le explica al perro la teoría del arte contemporáneo de Avelina Lésper”.
Y es que Avelina, especialista en el análisis, le ha pegado duro al arte contemporáneo en diversos espacios y medios. Le parece una farsa, porque en opinión de ella, carece de rigor, de inteligencia y es producto de la ocurrencia.
Eso, duele, ha dolido y hay adoloridos.
La respuesta vino con arte, con ironía, con arte contemporáneo, con una fábula plasmada en una pintura, en un dibujo, con los pinceles de Octavio inspirados en una fotografía del también artista Frederick Mosh que subió a las redes sociales, la imagen de la crítica de arte y el nombre del cuento corto atribuido al griego Esopo.
Esperé más de una hora a Octavio, llegó tarde.
La ceremonia de inauguración se llevó a cabo en su ausencia, se realizó como estaba previsto, con corte de listón.
Cuando vi que alguien puso sobre una mesa el botellón de diez litros de agua de jamaica, se me antojó por el calor. También mostró una botella de litro e informó que era mezcal.
Después de la inauguración y el recorrido por los salones de exposición, estaban listos los vasos de plástico con agua color rojo jamaica, desteñido. Se me hizo raro que el líquido hubiera perdido su tonalidad original. Tomé uno para atemperar el calor.
El agua había sido mezclada con mezcal para el brindis. No le faltó clientela. Yo, decliné la oferta al segundo sorbo y aguanté el calor, el sudor.
Por fin apareció Octavio Moctezuma para explicar su cuadro, había pintado a Frederick con el perro abrazado sobre su pecho, con una actitud como si le explicara la teoría del arte contemporáneo de Avelina Lésper, acorde con el nombre que le dio a la obra.
Me quedé con la impresión de que el pequeño canino, no se distingue la raza, estaba abrumado, no lo vi juguetón ni con movimiento de cola, di por hecho que miraba atento a su dueño.
En otro cuadro, un dibujo con un personaje que cargaba la liebre.
“La liebre está muerta”, me dijo Octavio.
En la fabula atribuida al griego Esopo, el perro de caza muerde a veces a su presa y a ratos la lame y besa.
La moraleja es que no debe de hacer las dos cosas, porque pierde coherencia y consistencia en sus principios.
Octavio y Frederick mezclaron la pintura y la literatura para enviar un mensaje con arte contemporáneo.
Lo vi huir como lo haría una de esas cebras que ha fotografiado cuando se ve amenazada por un carnívoro africano. Asustadizo, no porque estuviera en riesgo su pellejo o su vida, sino por ese temor confesado a la palabra oral. Lo suyo no es hablar sino fotografiar.
“Fotografío pero no habló”, admitió ante la invitación del maestro escultor Sebastian para que lo hiciera, en la presentación de su primera exposición llamada “Segunda Naturaleza”.
Se esforzó en explicar porqué le dio ese título, por ese encuentro con el mundo al levantarse, cuando observa el entorno y descubre la realidad que le rodea, lo que pareciera común e intrascendente.
David Dahlhaus tiene ojo fotográfico, su obra confirma su creatividad, es exitoso, comercial, más de una empresa nacional y transnacional saben de su calidad artística, de su arte e impacto.
Sebastian vistió una modelo mestiza y David la fotografió, en esa sesión, relatada por el escultor, se conocieron, ahí nació su amistad, ahí lo descubrió. La foto, por supuesto, parte de la obra expuesta en la Fundación Sebastian, ubicada en la avenida Patriotismo de la Ciudad de México. La mestiza, sin pretenderlo, los unió, los hizo amigos.
Por eso, la primera exposición de David en ese espacio que también es una obra de arte de su dueño.
Irradia energía su personalidad, una fuerza que contrasta con su miedo al uso de la palabra, huidizo al habla. Su cebra fotografíada, una vez acorralada, no tendría más destino que saciar el hambre del felino. Él, todavía no ha descubierto que tiene muchas cosas que decir y que no va a perecer en el intento.
Sebastian explica y justifica esa conducta, que la puede tener cualquier artista, el temor a la exhibición, a la desnudez de la obra ante quienes van a criticarla o evaluarla. El temor del autor a no convencer, a ser reprobado o rechazado, el miedo al fracaso.
El afamado escultor le dio la acostumbrada “patadita”, a solicitud del mismo artista de la cámara fotográfica.
David está convencido de que su alma se queda en cada uno de sus fotos. Y tiene razón, porque después de observar cada una de ellas por varios minutos, hay una energía que te atrapa y transporta a su mundo, al color, a su emoción e inspiración, a lo real e irreal, a lo abstracto y a lo natural. Cada fotografía tiene vida, despierta un sentimiento, seduce y conquista.
El fotógrafo llevó a su padre para la gran ocasión. En la sala de exposiciones no había otro rostro más orgulloso, con una sonrisa de satisfacción y una palabra de agradecimiento para quienes admiran a su hijo.
Recomendable la exposición.
Cierto, David Dahlhaus habla mucho más a través de sus fotos.
¿Se imaginan que en la próxima carrera del gran premio Formula 1 ganara un automóvil impulsado por el viento? Por hoy es ciencia ficción. Una realidad en el cortometraje de Pablo Tonatiuh Álvarez Reyes. Historia corta creativa, con una gran capacidad de síntesis e imaginación, premiada con el tercer lugar en el Festival Ecofilm 2012.
Narración sensible, sencilla, en sólo cinco minutos te tatúa el cerebro, queda en el "disco duro". El impacto es inmediato. Está patrocinada por empresas privadas e instituciones públicas pero seguro que la inversión es mínima. Dominan la inteligencia y la capacidad de crear.
Pablo Tonatiuh es el director y guionista, joven artista del celuloide mexicano, con una actitud y apariencia intensa, dominador. Su principal recurso es la creatividad. Sin dinero. A más de un colaborador, para participar en sus proyectos, lo que les ofrece es hacer currículo, nombre.
Me tocó ver su cortometraje titulado “Pequeños Grandes Cambios” no en una función de gala, tampoco en una de las salas de las cadenas de cine que controlan el mercado en México. Muy lejos de las luces que ahora iluminan a la tercia de ases Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu. La exhibición fue en ese lugar de Insurgentes especializado en pulque y promotor de la cultura gracias a la batuta de Carlos Martínez.
De cualquier manera, Tonatiuh estaba complacido, motivado sobre todo por difundir su obra, con sello social y ecológico. Aprovechó el pequeño lugar para presentar varios cortos. Hubo dificultades técnicas con el proyector, superables. Él se mantenía tranquilo y sonriente. A pesar del frío, el sitio se llenó. Empezó con la historia de una “cantante”.
“Pequeños Grandes Cambios” es la joya de su obra, una calle y un parque son el escenario de la película. El protagonista un niño dueño de un diminuto “vocho” de plástico, su juguete.
Su Fórmula 1 que lleva a participar en una carrera. En aparente desventaja porque los autos de los otros niños, más altos que él, son de control remoto, electrónicos. Par de niñas colocan la manta con la palabra “Meta” y otra agita la bandera de cuadros para dar la señal de salida.
Al “vocho” su dueño le adaptó una vela y un rehilete, para impulsarlo solo con la ayuda del viento.
Fallan los controles remotos. El que llega en primer lugar es el que utiliza la corriente de aire como energía.
Ese es el final de la carrera.
“Lo que mueve al mundo no son las máquinas sino las ideas”, es la frase de Víctor Hugo que aparece en la pantalla.
Y para cerrar, la imagen de un trabajador en un campo en el que se encuentran los ventiladores que generan la energía eólica, a partir del viento.
Un cortometraje que vale la pena ver y difundir, en pro de las energías limpias y la salud de la sociedad.
Cuando veo cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) de que en México hay más de siete millones de jóvenes de 16 a 29 años de edad que no estudian ni trabajan y que según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) solo ocho de cada 100 escolares concluyen una carrera, surgen interrogantes sin respuesta inmediata.
¿Qué va a pasar con esos siete millones de mexicanos? ¿A qué se van a dedicar para sobrevivir? ¿Se casarán? ¿Vivirán en unión libre? ¿Tendrán un lugar donde vivir? ¿De dónde saldrán los ingresos para la manutención, para que no falten las tortillas y frijoles en la mesa, por lo menos? ¿Con qué van a comprar su ropa y sus zapatos? ¿Tendrán hijos y podrán enviarlos a la escuela? ¿Son mexicanos de generación o generaciones perdidas?
México también carga con más de cinco millones de analfabetas, estadística del Instituto Nacional para la Evaluación Educativa y aparece siempre entre los últimos lugares cuando participa en el Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos (PISA).
Sin embargo, el pesimismo y el desaliento no deben ser opción, ya hay acciones y estrategias que se tendrán que mejorar para enfrentar esos retos educativos. Sería ideal que se alcanzara niveles de Japón, Singapur, Alemania, Dinamarca o Finlandia. “Sueño imposible”, como dice el título de una canción.
La realidad mexicana es distinta y cómoda para quienes en la opulencia deciden dejarle toda la responsabilidad a la autoridad. Es cierto que hay un presupuesto para la educación, un recurso que tiene su origen en la misma sociedad, vía pago de impuestos; nada más que empujar el país hacia escenarios óptimos, requiere esfuerzo compartido, suma de voluntades.
Desde el hogar, desde la trinchera de cada uno.
Cuando veo el hijo (20 años) de mi amiga Claudia negarse a estudiar y trabajar, renuente a colaborar con las tareas domésticas, dedicado de lleno a los mensajes telefónicos y a su computadora, a los juegos, a la diversión electrónica, digo que no puede ser culpa del gobierno. Algo falló o falla en la educación familiar.
No ha concluido la educación media, su preparatoria. La falta de recursos no ha sido el problema. Tampoco son excusa la corrupción, impunidad e injustica que dominan círculos oficiales. Inaceptable que pretenda justificar su comportamiento improductivo porque hay gobernantes que no cumplen con darle a la nación calidad de vida y se carece de oportunidades con recompensas justas.
¿Qué va a pasar con ese muchacho?
Cada quien debe de asumir su responsabilidad.
Se ha puesto fin al caciquismo magisterial y se ha conseguido la evaluación de la mayoría de los profesores. Sigue la eliminación de vicios, como el pago a líderes o delegados “comisionados” del sindicato y la coordinadora.
Esa imagen de profesores que se ausentan de aulas para participar en marchas, no ha ayudado, muchos menos la de quienes han recurrido a la violencia y cierres de carretera para expresar su inconformidad.
Si ahora el plan es elevar la calidad educativa, también corresponde apoyar a los profesores, capacitarlos y garantizarles un ingreso decoroso, perfeccionar su aprendizaje para que su enseñanza y ellos sean orgullo de la sociedad, ejemplo a seguir.
Mi amiga Claudia está decidida a convencer a su hijo de reanudar su estudio y espera que la Secretaría de Educación Pública (SEP) cumpla su parte de darle a México la escolaridad que se merece.
Cuando vi en la sala de cine, una vez que acabó la película, encenderse al mismo tiempo 15 teléfonos celulares, me imaginé de inmediato la oscuridad de una selva iluminada por luciérnagas gigantes y planas.
La luz que salía de las pantallas de esos aparatos delineaban y daban vida a las sombras de sus dueños.
Se apagaron después de unos segundos. Fuera de la sala, ya todos habían guardado su celular.
Me quedé impactado por la repentina luminosidad colectiva. Fosforescencia que también me hizo recordar las parpadeantes luces del árbol navideño, un color azulado.
Un expresión de ansiedad, usuarios poseídos o dominados por el espíritu electrónico, ávidos por conocer las novedades de sus mensajes.
¿Por qué esa desesperación por ver el teléfono?, me pregunté.
¿Por alguna emergencia?
¿Por alguna llamada que esperaban?
¿Por moderna costumbre?
¿El aviso de una herencia?.
Me pareció que la urgencia no era el caso de ninguno de los asistentes, porque abandonaron ese sitio oscuro en tranquilidad, rostros conmovidos por la película de Anthony Hopkins, “En la mente del asesino”.
Un buen filme, nada extraordinario, sin las cualidades que exige un Premio Óscar. El tema de la eutanasia en su esencia, con un enfoque distinto, con la garantía protagónica del actor galés estadounidense.
Digna de verse y disfrutarla.
Los cinéfilos se retiraron con el comentario favorable.
Sin percatarse ni darle importancia al hecho de encender de manera súbita su teléfono, después de haberlo dejado de ver dos horas, el promedio que dura la exhibición de una película y los anuncios. Una actitud que ya se volvió normal para los seres mortales.
Seguro que hay muchos, en México y en el mundo, poseídos por ese aparato, que se angustian y extrañan cuando dejan de mirarlo.
Por lo visto todavía hay quienes pueden resistir 120 minutos sin tocarlo o mirarlo.
Lo peor, es cuando ni el mismo Anthony Hopkins, con su espléndida actuación, es capaz de lograr que dejes un rato el teléfono.
En la misma sala de cine, un individuo sentando en primera fila, durante todo el tiempo que duró la película, se la pasó con la mirada clavada en la pantalla de su teléfono.
Por supuesto que nada le importó deslumbrar con la luz azulada a los que tenía cerca, al lado o atrás.
Nuevas costumbres de la sociedad.
“¡Eres un tipazo!, neto, fresco, natural, sin tirar mala onda, ves las cosas chidas”, rosario inesperado de calificativos que lanzó un aficionado a la lectura, para halagar el ego de cualquiera. Rogelio Flores apenas si esbozo una sonrisa. Era el protagonista de la noche, cuarentón, con la barba encanecida, ganador del Premio Lipp de novela 2015.
Una estampa de Papá Noel, bonachón, cordial, pausado, es la primera impresión que recibí de su figura. Buena persona. No me había equivocado, más de uno de los asistentes a la presentación de su libro Un millón de gusanos había elogiado su personalidad.
“…lenguaje lúdico y desenfadado que construye un relato donde el personaje principal deambula por las calles de la ciudad de México en busca de sí mismo, de esta forma el autor devela un cuadro fresco y espontáneo de la vida de los jóvenes de la capital en la década de los noventa…” es la descripción del jurado presidido por Xavier Velasco, que le otorgó el premio.
Me tomó dos noches leerlo, 203 páginas, ameno, relajante, divertido, dramático, con rasgos tristes pero sin provocar el llanto, por lo menos en mi caso, aunque Iliana Vargas, una de las presentadoras, confesó haber derramado lágrimas. La historia es seductora, hilvana canciones, poesía, artistas, lugares, películas nacionales e internacionales; procura ser preciso en las citas y nombres. Se equivoca al escribir el nombre de uno de los municipios de Tabasco, porque nada tiene que ver con el aparato reproductor masculino. Quizás quería referirse al rancho de un personaje de la política; en nada afecta el relato, es lo de menos.
Román, la figura principal de la novela, vive dos amores, sus grandes amores, su hermano gemelo Rubén quien muere a consecuencia de una peritonitis y su novia Berenice que la pierde por celos y cuando la descubre besándose con un pretendiente ocasional.
-¿De dónde viene el título Un millón de gusanos? - la pregunta para el escritor.
Recuerda a su abuela con el dicho que debe ser de todas las abuelas, que da por hecho que una vez enterrado, muerto, el cuerpo es devorado por un sinnúmero de gusanos. Rogelio le puso un millón.
Y hay tres momentos que adquieren importancia, uno cuando Román, siendo niño, en el kínder, en el festival anual, se disfraza y se convierte en la cabeza del gusano que sale al patio a danzar con la canción de Cri-Cri para darle gusto a los padres de familia; dos, al imaginar que esas larvas se han comido a su hermano y, tres, al recordar la canción del grupo Fobia “Dios bendiga a los gusanos”, porque al alimentarse de la carne humana y dejar al individuo en huesos, “limpian” sus culpas y pecados.
Diría que es una historia de amor mortuorio y desafortunado, relatada con tino para cautivar al lector.
Mortuorio porque Román es acompañado en sus aventuras por la sombra y consejo de su hermano gemelo fallecido; desafortunado porque no consigue recuperar a su novia Berenice.
Una novela del escritor Rogelio Flores con reconocimiento merecido.
Los automóviles casi se rosaban, estaba tan cerca el chasis que mi padre podía sacar el brazo y saludar de mano al conductor vecino, pero más que divertirle hacerlo, el tráfico lo tenía estresado, un rostro de ansiedad. Lo observaba de reojo y confirmaba su angustia.
-Mejor regrésate a casa- ordenó.
Era la avenida Revolución, en dirección hacia el sur, la intención era llevarlo a tomar un café en San Ángel. El tráfico o tránsito en hora pico y en viernes estaba insoportable. Iba feliz por la compañía, quería agradarlo y consentirlo, como tantas veces lo ha hecho él conmigo, nada más que no está acostumbrado a ese movimiento; en su pueblo en Veracruz, donde vive, las calles no llegan a ese extremo.
Salí de dicha vía y vuelta a casa. Mi padre respiró y sonrió.
En otra ocasión, el camino era la avenida Miguel Ángel de Quevedo. También viernes, hora pico y quincena, en dirección a comer con unos amigos. Me acompañaba mi esposa. La vi observar el reloj en varias ocasiones.
-¡5 metros en 30 minutos!- exclamó.
Con ganas de retornar.
-Ya falta poco –la animé.
A 2 y 10 kilómetros por hora casi todo el trayecto y peor a la altura de donde en fecha reciente inauguraron la plaza comercial Oasis. No había ningún accidente ni coche averiado, tampoco los semáforos estaban descompuestos. Por fortuna el destino no era lejos.
Una imagen más de la zona metropolitana del Valle de México, esta vez el conductor era un amigo y yo de copiloto. Mi auto en el taller, se ofreció a llevarme a casa, no tenía que desviarse, el camino era el acostumbrado para llegar a su domicilio.
Ese día hubo marcha al mediodía en Paseo de la Reforma y más tarde, antes de llegar la noche, cayó una fuerte lluvia. En la oficina y dedicados al trabajo, ni idea del tamaño de la tormenta.
Cuando salimos la luz del atardecer se había ido, era de noche, el piso todavía estaba mojado, tomamos un tramo de Reforma y pronto descubrimos que el tránsito estaba prácticamente detenido. Decidió cambiar de ruta. Por los noticieros nocturnos, cada uno en su respectivo hogar, nos enteramos de la gravedad de los encharcamientos o inundaciones en Periférico. Enhorabuena por haber tomado otra vía.
Hay quienes juzgan que el tránsito en el valle de México, en la zona metropolitana, se aproxima al colapso.
Demasiados automóviles, cada día más y las calles no han crecido. El riesgo del colapso sobre todo en las horas pico, no ya entrada la noche ni de madrugada, tampoco los domingos ni en días festivos o puentes vacacionales, mucho menos un 25 de diciembre o el 1 de enero. En la zona metropolitana circulan más de tres millones de automotores.
Según el Reporte Nacional de Movilidad Urbana 2014-2015, la velocidad promedio en horas pico es de 8 a 11 kilómetros por hora.
El 29 % de los viajes diarios son en automóvil particular; 60.6 % en transporte público concesionado (microbuses, combis, autobuses suburbanos y taxis); 8 % en sistema integrado de transporte público (metro, metrobuses, tren ligero y trolebús); 2.4 % en bicicleta y moto.
La problemática no es exclusiva de los mexicanos, en una situación que se presenta en otra grandes ciudades del mundo y en muchos casos con serias consecuencias de contaminación.
Por eso en Oslo, Noruega, se han propuesto para el 2019 una ciudad sin autos; en Hamburgo, Alemania quieren un centro sin autos para el 2034. En Madrid también toman medidas para liberar el centro. En la capital de Francia, no por lo que les ha sucedido en estos días, sino desde semanas atrás, se ha restringido el uso del auto los domingos.
En el centro de la ciudad de México los peatones cada vez ganan más espacio, aunque no es suficiente.
Hay que decir que el conflicto vehicular en nuestro país, no es solo en el valle de México, se presenta también en Monterrey, Guadalajara, Ciudad Juárez, León y en muchos otros lugares donde las medidas preventivas se aplican a cuentagotas.
Te platico esta historia para contribuir a hacer conciencia de que el tema reclama una respuesta compartida de autoridades y ciudadanos, antes de llegar a romper el récord de contar con los estacionamientos más grandes del mundo.
De la calle al taller del maestro muralista Ariosto Otero, en un encuentro de amigos, artista singular, autodidacta, con habilidad para acompañar su canto con la política, con sensibilidad social.
Se planta dueño del escenario, afinado desde la primera nota, sin importar que sea a capela. Sabe lo que canta, conoce las historias y los mensajes de la opera, tiene planes para interpretar zarzuela, para acrecentar su acercamiento con la gente, para concientizarla de la realidad mexicana y para que disfrute la música que a veces se cree es solo para élites.
Es un cantante de la calle, cerca de la torre latinoamericana, en el centro histórico de la ciudad de México. Ahí es conocido, es su escenario, entre el ruido de autos y el paso acelerado de miles de peatones. Ahí es donde atrapa con su voz a decenas y cientos de fugaces oídos, mujeres y hombres, jóvenes y niños que se detienen para escucharlo.
Gana lo que le dan voluntariamente, de eso vive, de eso se viste y come.
Cuenta el intento de la gente por bautizarlo, por identificarlo con seudónimo: “¿el ruiseñor de la banqueta”?, ¿”el ruiseñor de la calle?” ¿”el ruiseñor urbano”? A él le gusta el tercero.
¿Y cómo se llama usted?- pregunta el maestro Ariosto Otero.
-Luis Abraham Ortega.
-Ese es su nombre artístico, cante con su nombre, imagine su nombre en las marquesinas, “ Luis Abraham Ortega”, el tenor mexicano –recomienda el pintor y muralista.
Luis Abraham tiene 33 años, tez morena, delgado, cabello rizado, peinado y estirado hacia atrás, con coleta. Se transforma a la hora de cantar, seguro y dominador de su arte, interpreta, personifica las canciones, transmite sentimiento, su tesitura y matiz lo distinguen.
Para lo que no está entrenado es para responder preguntas, es cuando asoma natural nerviosismo, lo lleva a darle vueltas a la interrogante.
-¡Ah! es autodidacta- remata el maestro Ariosto quien, como los demás, deseaba saber de la escuela de Luis Abraham.
Hizo un recorrido por su aprendizaje de la política, por su trunca carrera de filosofía, por su paso por un coro.
-¡Lo vamos a sacar de la calle!- expresión optimista de Otero.
-Y si va a cantar en la calle para el pueblo, que le pongan una tarima y que le paguen por hacerlo- precisa.
El maestro Ariosto espera que la secretaría de Cultura, ya anunciada, sirva para promover el arte, no nada más para incrementar la burocracia.
Tarde de arte y política.
Para degustar, en el taller del muralista, ubicado en la delegación Magdalena Contreras, al que se llega por un camino sinuoso, fideuá portuguesa; para alimentar el espíritu, opera.
Lo inesperado: bautizo del tenor Luis Abraham Ortega.
El capital político y académico que ha acumulado el doctor José Narro al frente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) alcanza y sobra para una nueva inversión en beneficio del país.
Llega al final de su ciclo como rector con una universidad en paz, estable, dedicada al estudio y con recobrado prestigio nacional e internacional. Sin embargo, ha admitido que todavía hay pendientes, porque la tarea en la institución es inacabable, siempre habrá nuevos y permanentes retos. Ampliar la matrícula, mejorar la calidad educativa, reforzar la investigación, darle al mundo nuevos Premios Nobel y servidores públicos con irreprochable ética.
Dentro y fuera de la universidad ha ganado reconocimiento a su trabajo. En noviembre de 2011 se aprobó su reelección para un segundo y último periodo, porque la normatividad interna no permite más, en la rectoría. En total ocho años que no han estado exentos de dificultades, ninguna del tamaño para arruinar su desempeño. Las cifras le favorecen, en su periodo se titularon 154 mil estudiantes, se graduaron 32 mil especialistas, 22 mil maestros y 5 mil 700 doctores.
El próximo 5 de diciembre cumplirá 67 años y llega a esta edad con un vigor que hace inimaginable pensar en su retiro, que se vaya ir a su casa a descansar, a encerrarse en un cubículo a escribir sus memorias, ocupar su tiempo en la investigación o dar clases en la Facultad de Medicina.
Al final la decisión es suya y puede hacer cualquiera de esas actividades, está en todo su derecho. Para el país significaría perder la oportunidad de ubicarlo en una posición mucho más rentable, sobre todo cuando es evidente que hacen falta cuadros con experiencia, capacidad y prestigio.
¿Qué hacer con el rector?
En semanas recientes su nombre fue mencionado en diversos medios como prospecto para incorporarse al gabinete. Se habló de la Secretaría de Educación Púbica y también de la Secretaría de Salud. No ocurrió nada. La decisión presidencial fue en otro sentido, Aurelio Nuño se hizo cargo de la SEP y en Salud se mantuvo a Mercedes Juan López.
Narro, tiene larga carrera en el servicio público. Fue subsecretario de Población y Servicios Migratorios en la Secretaría de Gobernación y Subsecretario de Salud, además de asesor de la Organización Mundial de Salud. En la misma universidad nacional ha ocupado diferentes posiciones. Fue director de la Facultad de Medicina y secretario general de la UNAM.
Su capital político acumulado, sobre todo por los ocho años en la máxima casa de estudios, le da hasta para ser tomado en cuenta como aspirante independiente para el proceso electoral de 2018.
Intelectuales, empresarios y organizaciones de la sociedad civil están en busca de una opción distinta a la de los partidos que sufren un desgaste y pérdida de credibilidad sin precedentes. Todos. Lo peor para ellos es que no se ve que hagan algo para remediar su descrédito. Todavía tienen tiempo para reposicionarse y mejorar su imagen.
Como no hay garantía de ese repunte partidista, por eso se valora la alternativa de los independientes.
Narro tiene los méritos para ser incluido en esa lista, aunque claro, depende en primer lugar de que quiera. Y si quiere, de ninguna manera significa que vaya con pase automático a la silla presidencial, porque tendría que cumplir con los requisitos de la ley electoral para ser candidato y luego ganarse el voto electoral. Nada sencillo pero tampoco imposible.
Lo que es un hecho es que se trata de un personaje que puede ser considerado para alcanzar ese nivel.
Por si algún logro universitario le faltara, el equipo de futbol Pumas va de líder en el torneo mexicano.
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) vive una etapa estable y vigorosa. En general la comunidad está tranquila y es, según la publicación británica Times Higher, una de las 100 mejores universidades en el mundo, ocupa el lugar 75 y, el segundo en América Latina, después de la de Sao Paulo, Brasil.
Esta vez te voy a platicar de su próximo rector. Se ha lanzado la convocatoria para la competencia interna, en noviembre próximo se deberá conocer el nombre de quien relevará a José Narro.
Los que participan en ese proceso tienen ganado el respeto y reconocimiento de la academia. Cualquiera de ellos cuenta con el perfil para convertirse en el rector de la máxima casa de estudios.
Sin embargo, sólo hay un lugar.
De cada uno se puede exaltar su trayectoria, pero nada más me voy a referir a Sergio Alcocer Martínez, sin que de ninguna manera implique minimizar la participación de los demás.
Lo hago porque en mi análisis tiene las fortalezas personales, universitarias y externas para lograr diez de los 15 votos de la Junta de Gobierno de la UNAM que se exigen como mínimo para ser electo.
En tiempos en que la economía sufre y el empleo no repunta, hay que admitir que únicamente alguien que se siente pleno de sus capacidades se atrevería a prescindir de un sueldo aproximado de 130 mil pesos mensuales, que es lo que le pagaban a Sergio como subsecretario para América del Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
Renunció a su puesto de subsecretario, posición mucho más cómoda que la responsabilidad que significa estar al frente de la UNAM. Si alguien tiene dudas en este aspecto que revise la historia de la máxima casa de estudios.
Decidió dejar esa remuneración porque es obvio que su principal interés es servir a la universidad nacional.
También es evidente que es una persona convencida de que vale por su trabajo y no por supuestos o reales apoyos políticos. Por el deterioro de la imagen presidencial, que no es ningún secreto, sería ilusorio dar por hecho que le apuesta a contar con ese respaldo para concretar sus aspiraciones. Ni él ni sus competidores buscarían o desearían esa etiqueta como elemento de peso para convencer a los integrantes de la junta.
No hay que perder de vista que se trata de la Universidad Nacional Autónoma de México, con autonomía para tomar sus propias decisiones, con la obligación de escuchar a su comunidad y hacer lo que más convenga a la institución académica más importante del país, con egresados distinguidos con el Premio Nobel como Alfonso García Robles (1982, Premio Nobel de la Paz), Octavio Paz Lozano (1990, Premio Nobel de Literatura) y Mario José Molina Henríquez (1995, Premio Nobel de Química).
En la universidad nacional, Sergio ha sido secretario general, director del Instituto de Ingeniería y coordinador de innovación y desarrollo. Su desempeño tiene ganada la aceptación interna. Ha cumplido su misión académica y sin complicación alguna pudo regresar a su casa de estudios cuando resolvió renunciar a la subsecretaría en la cancillería.
Fuera de la academia, en el servicio público, sus méritos también lo han colocado como subsecretario en la Secretaría de Energía y como director del Centro Nacional de Prevención de Desastres de la Secretaría de Gobernación.
Aun cuando no tiene en la bolsa la rectoría, es claro que se trata de un sólido candidato para suceder al doctor Narro.
-¿Y dónde está el avión?-fue la pregunta para Adriana Martínez Domínguez.
Me había dicho que para expresar su arte se inspira en los aviones, en los aeroplanos.
A la vista y al centro se observaban los glúteos de una mujer bañada en rosas y nubes.
-Aquí está –señalaba una de las esquinas de su obra, donde se aprecia un pequeño “avión” o el tradicional juego de los infantes, cuadriculado marcado del uno al diez, en vertical y con extensiones intermedias que simulan las alas, que niñas y niños utilizan para saltar con un pie y divertirse.
Su rostro colmado de regocijo, orgullosa de su familia, de su esposo Eduardo Cortines, al que conoció cuando ella tenía 13 años y él 15 años de edad. Ya sumaron 40 años de matrimonio y tres hijos.
Pinta desde hace 21 años. Confiesa que la inspiración le viene de su mundo familiar aéreo. Su suegro es dueño de aviones. Su esposo, piloto; lo llama de inmediato para tomarse la fotografía.
Su pintura está en la galería Estación Coyoacán Arte Contemporáneo, en el sur de la ciudad de México. Ella es una de las 44 artistas, todas mujeres, convocadas para lo que denominaron “Catarsis Cosmética”. No solo artistas del caballete, también escultoras, escritoras y fotógrafas.
La historia de Adriana Martínez suena a cuento de hadas o guión de película. Se ve y escucha feliz con su vida.
-Ya no cabe nadie- se decía en la puerta.
-Hace mucho calor aquí- era comentario de quienes estaban adentro.
Cerveza, en vez de vino, era la cortesía, propia para mitigar la alta temperatura provocada por el aglomerado humano.
Había que pedir permiso para poder avanzar y hacer el recorrido en el primer piso de la casona que ocupa la galería.
Algunos preferían quedarse afuera.
Para la pared que se mirara había arte; las autoras estaban ahí, podías toparte con ellas y platicar, conocer su historia, el significado que le dan a su creación, artistas primerizas en una exhibición pública como Dafné Arévalo Flores, quien todavía cursa la carrera de licenciatura en artes visuales, o con más recorrido en galerías mexicanas y de otros países como Claire Becker quien ha expuesto en Canadá, Francia y en los Estados Unidos.
Es irrebatible que cada una tiene un sentimiento que se refleja en su trabajo, se percibe una emoción que el espectador tiene que clasificar y darle su propia interpretación.
La presentación de Dafné Arévalo fue un dibujo de su propio físico, de espaldas, con un costado que parece punteado pero que si uno se acerca descubre que son diminutos orificios hechos con aguja. Cada uno de ellos expresa un dolor o sufrimiento de vida que nada más la artista conoce. “Si la iluminación sobre el dibujo fuera directa
se vería traspasar la luz por las pequeñas aberturas en el papel”, que es el efecto que
le interesa dar, explica.
Claire Becker nació en París pero ya tiene más de 15 años de vivir en México. Es escultora y fotógrafa. Para ella lo mas importante es el alma, el espíritu, no perderse ni enredarse en lo mundano. Metamorfosis de Hermes es el nombre de su figura alada que cuelga del techo en esta exposición, que semeja volar en diversas formas y parece ir soltando las plumas con el movimiento.
Jaime Sabines no podía faltar en este concierto de arte femenino. Ahí estuvo su poesía en voz de Pilar Jiménez Trejo, autora de Jaime Sabines. Apuntes para una biografía.
“…El bendito deseo se estremece igual que un gato en un morral, está en tu sangre esperando la hora como el cazador en el matorral…”, leía la periodista.