En el comienzo de las vacaciones de verano esta vez les voy a contar una historia de Carlos Loret de Mola, de la que fue protagonista, a propósito de que es muy dado a contar sus historias de reportero. Esta es una que él no conoce completa.

Habíamos comido en un restaurante del hotel Camino Real de la colonia Anzures en la ciudad de México con Raúl Plascencia, entonces presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

La escena sucedió en la espera de los autos de cada uno, en la entrada-salida que desemboca a la calle Mariano Escobedo. El invitado era Loret y por lo tanto la cortesía era despedirlo en primer lugar. Pasaron los minutos. El  chofer y auto del conductor del programa Primero Noticias de Televisa no llegaban. Evidente que su asistente no estaba pendiente.

En esa espera continuó la plática cordial.

15 minutos y no aparecía el auto del periodista.

La que pronto se dejó ver fue la camioneta blindada de Plascencia con su respectiva escolta.

Supongo que alguna seña les hizo el espigado Ombudsman porque la camioneta se detuvo en la mera entrada, a 10 metros, en espera de instrucciones de su jefe.

Loret , amigable, sin perder el buen humor a pesar de la ausencia de su chofer, expresó de inmediato:

-Ya llegó tu camioneta, adelante, yo espero.

-No, no es mía- dijo Plascencia.

El guardaespaldas bajó de la unidad, enmudecido, con cara de “¿what?”, sin saber que ocurría y atento a la distancia a cualquier indicación.

Plascencia se puso nervioso.

Nunca entendí el motivo de su mentira ni le pregunté después, quizás no quería dar la imagen de ser un defensor de los derechos humanos que se transportaba en imponente camioneta, de las que se miden por metros, y con su respectivo personal de seguridad.

¿Y ahora?

El coche de Loret no llegaba, los escoltas sin saber qué hacer, a la expectativa, Plascencia más nervioso y su cara más abrillantada por el sudor.

Se le ocurrió decir que iba al baño. Volvió a meterse al hotel.

A los pocos minutos la camioneta blindada se retiró. Lo más probable es que le haya hablado de su celular al chofer para que lo hiciera.

Regresó sonriente.

Y el transporte de Loret sin llegar; tampoco había conseguido contactarlo por teléfono.

La solución fue ofrecer llevarlo en mi auto. Accedió para acabar con la espera.

Por el espejo alcancé a ver a Plascencia hacer una llamada, seguro para que su camioneta blindada ya pasara por él.

A Carlos lo dejé en su casa de Polanco.

Bailó y cantó de principio a fin. Demostró dominio de la música de sus favoritos. Lo mismo un grupo español travesti llamado Nancys Rubias, otro con trajes arlequinescos de origen argentino con el nombre de Miranda y para cerrar la mexicana Alaska cabeza de Fangoria, con fama sobre todo en la madre patria e intérprete de “A quién le importa” y “Ni tu ni nadie”.

Era un fan jovencito de aproximadamente 20 años, piel morena, 1.70 metros de estatura, complexión delgada, cabello negro corto y encopetado, vestido de camiseta roja descolorida, pantalón de mezclilla y tenis de marca. No paró en ningún momento. Desde que se abrió el telón y empezó a sonar la música agitó sus brazos, hacia arriba, hacia los lados, al frente. Pendular el movimiento de su cuerpo. Por el estruendo de las bocinas era imposible escucharlo pero a la distancia se veía que su boca abierta acompañaba el canto pop y la música electrónica.

Se ubicó en el primer piso del Teatro Metropólitan. Sacó su teléfono celular para fotografiar a los protagonistas del espectáculo. Unos minutos y lo guardó. Optó por mirar de manera directa, sin pantalla digital de por medio. Traía anteojos de armazón negro  y lentes antireflejantes. Feliz. No parecía estar acompañado. Cuando todo terminó a la medianoche, se fue solo, con un rostro encantado. Sus ojos no perdieron detalle del show. Agitó su cuerpo al ritmo de sus ídolos. Fan leal que se sabe las canciones de sus artistas favoritos y goza cuando puede verlos aunque sea a distancia y escucharlos como si le cantaran muy cerca de los oídos porque es la sensación que provocan los amplificadores.

Demasiado lejos para captar todos los gestos de quienes estaban en el escenario. No parecía importarle. Fascinado con sus estrellas. Para nada le afectó que no se hubieran ocupado ni la mitad de las butacas del teatro. Los ausentes se lo pierden. Los organizadores lo atribuían a la falta de promoción. Una situación que tenía sin cuidado al fan.

Se sumó al coro del público y grito “otra, otra, otra”, al final de la actuación de cada grupo. Ni él ni otros tuvieron la respuesta deseada, salvo con Nancys Rubias que accedió a tocar tres más. Fangoria respondió que ya era tarde y hora de ir a dormir. Nadie se quejó de que en un evento de esas características se extrañara al Dios de los sueños. Tampoco había motivo para que alguno de los tres grupos se sintiera agotado porque el tiempo de la nocturna presentación se lo distribuyeron de acuerdo con su popularidad. Además, el evento inició con retraso de 45 minutos y hubo pausas para acomodar los instrumentos de cada uno.

En cambio, el chico, el fan, que nunca se sentó en su butaca, llegó y se fue con la misma energía. Exhibió el ánimo y el sello de su lealtad musical, en la noche del último viernes de junio.

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La historia que hoy les voy a contar vale más que una moneda de oro. Vestido impecable, traje sin mancha ni arruga, con pañuelo de seda en la bolsa exterior. Bien peinadas sus canas y una sonrisa animosa, contagiosa. Afectuoso, cordial, amistoso, respetuoso. Gustavo del Castillo Negrete, periodista y ahora servidor público. Nos encontramos en el Paseo de la Reforma.

Trabaja en la Casa de Moneda de México, en las oficinas administrativas que se ubican en esa avenida que adorna la ciudad de México pero que también funciona como manifestódromo.

-¡Qué elegancia! –fue mi expresión al verlo.

-Es que trabajo en el sector financiero, como comunicador.

Después de los saludos, me dio información de lo que hace la institución en que labora. Complacido y orgulloso destacó que México le fabrica monedas a varios países de nuestro continente.

A mi lo que más me llamó la atención fue su comentario sobre la moneda de oro de un kilo.

-En la planta baja del edificio hay una joyería de la misma casa, con relojes, pulseras, aretes y monedas, el día que tengas tiempo y quieras me llamas a mi extensión, estoy en el octavo piso, con gusto te acompaño para que aprecies el trabajo que se hace con los metales. Ahí también está la moneda de un kilo de oro.

A la semana siguiente se presentó la oportunidad. Le llamé y en minutos descendió a la planta baja.

Le vi una mancha morada en el lado derecho de su cara. El fin de semana lo habían asaltado por San Jerónimo, le dieron un golpe en el rostro para robarle una Tablet. Sin embargo, su ánimo era el mismo del día que lo vi atravesar el Paseo de la Reforma. Empezamos a observar con detalle el contenido de las vitrinas. Después pasamos a un sitio contiguo con más restricciones y seguridad. Preguntamos por la moneda de oro de un kilo.

-Ya no tenemos- respondió de inmediato el empleado.

-La última se vendió hace dos semanas –añadió.

-¿Cuántas se hicieron?

-200.

-¿Y su precio?

-800 mil pesos.

Como lo haría un panadero con su pan, el joyero habló de las ventajas de invertir en oro.

Le hice ver que desgraciadamente ahora por mil pesos o mucho menos, corres el riesgo de que te asalten y hasta te maten.

Estuvo de acuerdo en que la inseguridad es un problema serio, en México y en el mundo.

De cualquier manera siguió con su plática sobre las ganancias de los metales.

Terminó la conversación, salimos de la joyería. Le agradecí a Gustavo su atención y tiempo.

Al mes siguiente me entero en Facebook que está delicado de salud, luego de una operación de corazón. Espero que los médicos lo regresen a la vida cotidiana, Gustavo del Castillo Negrete es un personaje con valores humanos, su salud y amistad valen mucho más que la moneda de oro de un kilo.

Hasta antes de que México viviera la alternancia en la presidencia de la República, era una práctica que un personaje del gobierno saliente tuviera que pagar los abusos en el manejo de recursos públicos. Vicente Fox quien llegó en el 2000 ofreció atrapar a los tiburones, pero al final ni charales. Su relevó Felipe Calderón tampoco se caracterizó por atrapar a peces gordos.

En el 2012 volvió el PRI a los Pinos. Por un momento se pensó que vendría el cobro de cuentas y que todo aquel panista que se hubiera enriquecido indebidamente, enfrentaría la justicia. No ocurrió. O a lo mejor no hubo corrupción en los gobiernos azules. ¿Será?

Sin embargo, los que regresaron al poder, no han tenido que esperar a terminar su administración para ser descubiertos y perseguidos. Parece que hay una lupa o lente con gran aumento que observa todos y cada uno de sus actos. Los funcionarios de hoy está ocupados en defenderse. Ya ni tiempo les da de mirar atrás y averiguar lo que ocurrió en sexenios recientes.

¿A poco nada más hay malos servidores en la vigente administración? Si todos de 2000 a 2012 hubieran sido pulcros y cumplidos, la situación económica de México sería distinta. Habría educación de primera. El número de pobres en vez de aumentar, se hubiera reducido. La gente estaría contenta, con salarios remunerativos y calidad de vida envidiable ante el mundo.

No se defiende a unos ni a otros, pero como que el piso no está parejo ni se mide con el mismo rasero. Es curioso que los críticos solo estén concentrados en la actual administración. Está bien que lo hagan, para denunciar con oportunidad a quien se salga del marco legal. Lo que llama la atención es que no miren hacia atrás. ¿A qué se deberá?

Seguro que los actuales servidores están aprendiendo, como se aprendía en las antiguas escuelas y hogares, a golpes. Y sobre la marcha tendrán que corregir si de verdad quieren recomponer su imagen y recobrar en parte o en mucho la credibilidad y confianza perdidas.

¿Qué hacer?

Es un hecho que el equipo se ha desgastado. Cuando un automóvil empieza a dar problemas mecánicos, todo le suena, se descompone con frecuencia, el motor tira aceite, hay que darle mantenimiento integral o comprar otro. ¿En qué momento? Antes de que el auto te deje tirado en la carretera o se incendie por el deterioro eléctrico de la unidad.

Por muy complejo que sea el problema, puede ser resuelto. Hay que conseguirse un buen mecánico, un buen electricista y un buen hojalatero para darle mantenimiento al auto, si es que se opta por esa opción. Lo ideal es un auto nuevo, revisar el mercado, seleccionar el modelo más rendidor y con la garantía de llegar al 2018 en excelente estado. Auto del año en la analogía que hago significa contratar nuevo personal, altamente calificado, eficiente y a prueba ácidos.

Los dos marcados por la muerte: cáncer. Uno periodista; la otra, una mujer dedicada al canto religioso. Ninguno se rindió. Conocí a los dos; Ricardo estaba desahuciado y dio la batalla con la medicina alternativa; Tony, madre orgullosa de sus hijos, luchó por su vida con el financiamiento  de la seguridad social. Ambos me maravillaron, se ganaron mi admiración, no por su enfermedad ni por lo que hacían para tratar de vencerla, sino por su calidad humana, por su voluntad, su ánimo, su permanente jovialidad que atrapaba. Después de verlos y platicar con ellos, una pregunta me seguía por varias horas: ¿Y yo de que me quejo?

Salvo las pausas médicas y hospitalarias, vivían con la normalidad  de cualquier mortal, emprendedores, con tareas cotidianas y planes familiares.

Ricardo Andonaegui se comportó como periodista hasta el último suspiro, apenas tenía un entrevistable enfrente y soltaba la preguntas en busca de la nota. Tony Beltrán nunca dejó el canto religioso, su voz transmitía paz.

Fui a la fiesta de cumpleaños de los dos y los dos anfitriones de primera, pendientes de que nada faltara a sus invitados. Sonrientes, cordiales, amigables, como si nada pasara o consumiera sus cuerpos. Ricardo tenía motivos sobrados para estar orgulloso de su pareja y chef de lujo. Monique le preparó en casa para la cena Chiles en nogada. Todavía saboreo el primero compartido con Ricardo y servido por la experta en cocina. La gourmet también es periodista.

A Tony sus hijos le organizaron la reunión en un restaurante del sur de la ciudad de México. Irradiaba felicidad. Ella seleccionó el lugar. Por su entendida situación presupuestal, cada uno de los invitados hizo la aportación requerida para la especial celebración.

Instantes de vida que se quedan para siempre en la memoria. Los dos ya se han ido, primero Ricardo, después Tony. Con los dos pude conversar y reír. No los acompañé a su incineración porque siempre he preferido quedarme con las imágenes de vida y orar por ellos.

Fui a la misa de Ricardo y hoy estuve en la de Tony.

Mi admiración para los dos es a perpetuidad.

Cayó el gol del América en el estadio Azteca en contra de León, en la apertura del campeonato de liga, y nadie gritó “¡Goooooool!” en el restaurante. Supe de la anotación cuando levanté la mirada y vi en la pantalla que se había movido el marcador.

De hecho, desde que entré al comedero me llamó la atención que no se escuchara la voz de los gritones o cronistas de Televisa. En su lugar estaba la narración del juego de futbol americano Nueva Inglaterra Vs. Baltimore.

Hubo que esperar para la asignación de mesa, todas estaban ocupadas. Era uno de esos sitios que tiene como emblema una figura picante de color verde. Conté más de 10 televisiones en el camino a la mesa, en unas se veía el futbol americano y en otras el balompié. El audio que dominaba era el del americano, al del soccer dejaron en cero el volumen.

Mucha gente en la plaza o paseo Acoxpa, ubicado a por lo menos un kilómetro del Azteca. En el trayecto a ese centro comercial, en el radio de mi auto, había escuchado que en la casa de las águilas había más de 70 mil aficionados. No era el mismo interés en el restaurante. Los clientes estaban más metidos y emocionados con el futbol americano, con un juego que se realizaba en otro país, con jugadores que no hablan nuestra lengua. El que jugara el campeón América pasaba a un segundo lugar. Y que conste, el futbol americano, lo saben todos, en México no es un deporte popular que se practique tanto como el soccer.

Sin embargo, esta escena que te platico confirma que el americano ha penetrado a tal grado en el gusto de los mexicanos que ya resulta más atractivo verlo y escuchar el relato de los comentaristas. Nadie se molestó ni reclamó porque le hubieran bajado el volumen al juego casero.

Cuando escuchaba algarabía, júbilo, exclamaciones juveniles, era porque Nueva Inglaterra había logrado un touchdown. Expresiones como ¡Esoooo…! ¡Vaaaamos…! ¡Yeeessss…! De la tele el grito medido del cronista:  “¡touuuchdown…!” Nada que ver con el ¡Goooooooool…! alargado, estremecedor y acostumbrado de Raúl “Pollo” Ortiz en Televisa o de Christian Martinoli en TV Azteca para las narraciones del futbol soccer.

Recuerdo que antes, hasta hace dos o tres años, en esta cadena de restaurantes, cuando coincidían en horario juegos de futbol americano y soccer, la narración que se escuchaba era la del segundo, ahora importa más saber qué equipos llegan al Super Bowl.

Como todas las mañanas leí su columna Dimes y Diretes en el diario El Universal y ese día, desde la primera línea, quedé paralizado, por poco se me cae la taza con café.

Había errores ortográficos, perdí la cuenta cuando ya había sumado más de 20.

¿Qué pasó?

Lo declaré inocente de inmediato, no tenía la menor duda de que era ajeno a ese desconocimiento del lenguaje.

Leopoldo Meraz fue un periodista de espectáculos respetado, con una cultura de la que había que aprender. Escribía de artistas, sabía de canto, actuación, cine, teatro, opera, música clásica, pintura, escultura, deportes, televisión, radio. Verdadero experto. Se denominaba Fabricante de Estrellas y lo era, sus calificaciones o valoraciones eran tomadas en cuenta por productores, directores y empresarios. Le gustaba leer, no solo notas de espectáculos. Aficionado a la literatura. Tenía predilección por la novela. Enterado de la política y los políticos.

Dos de sus amigos, un cantautor y un millonario empresario, Juan Gabriel y Emilio Azcárraga Milmo “El Tigre”. Con ambos viajó en su respectivo avión, en compañía de otros periodistas, grupo reducido. Con el cantante de Ciudad Juárez fue a su casa de la frontera norte, en suelo estadounidense, en invierno. Hacía tanto frío, caía nieve, no iba preparado para muy bajas temperaturas, que del anfitrión recibió de regalo un abrigo. Con Azcárraga fue a Miami, me platicó las ventajas de viajar con un personaje que no tenía límites en sus gastos personales. Regresó encantado de las travesías.

Coincidíamos regularmente en la redacción y platicábamos de diversos temas. Lo dejaba hablar, él era el maestro.

Terminé de leer su columna, con más errores que aciertos ortográficos. Observé que estaba fechada en Acapulco. Había asistido al festival de cine internacional. Supuse que dictó por teléfono su columna y que quien le tomó el dictado era culpable de las fallas. Descarté que lo hubiera hecho un reportero de la sección de espectáculos, porque nunca hubiera contratado a nadie con ese defecto. Leopoldo Meraz era el editor de dicha sección.

En ese entonces, en el Gran Diario de México, ya había computadoras pero todavía no se usaba el correo electrónico. De haber existido, por supuesto que esto nunca le hubiera pasado al Reportero Cor.

Por la tarde, lo vi llegar a la redacción, con su imponente figura, era alto y se percibía fuerte. Su mirada recorrió todos los asientos. Estaba buscando al autor de los errores ortográficos.

Apenas lo descubrió y desde la puerta empezó a reclamarle, con la voz sonora que le caracterizaba. Se trataba de un jovencito de reciente ingreso al periódico, para hacer la función de auxiliar de redacción. El muchacho optó por aguantar la reprimenda, se quedó callado, con la vista clavada en la pantalla de la computadora, sabedor de que era culpable. Después de esa tarde, no lo volví a ver, le dieron las gracias por sus “servicios”.

Lo que no se me olvida de lo que dijo Leopoldo fue: “yo fui el que quedó como un pendejo”.

Ni por un momento pensé en intervenir en esa escena, Cor estaba enojado y tenía razón.

Ya después del álgido pasaje, con los ánimos en paz, le comenté: “quienes lo conocemos sabemos que usted no cometió esos errores”.

-¿Y el qué me leyó por primera vez? –reviró sonriente.

Cor falleció en noviembre de 2004 y hoy lo recuerdo con respeto y admiración.

Todavía no se porqué el público no se puso de pie para aplaudir a toda la compañía que hace la obra musical “Los Locos Addams”. Se lo merecía. El aplauso fue largo y sonoro, pero nadie se levantó de su asiento.

-Por qué no te pusiste de pie?-le pregunté a mi esposa, aficionada al teatro, especialmente a los musicales.

-Es que no vi a nadie que lo hiciera- respondió.

O sea que no quiso correr el riesgo de ser la única.

Vi caras felices, gente satisfecha con el espectáculo, aplaudidores de cada una de las piezas musicales, a veces más, a veces menos; escuché risas en diversos momentos, emoción en niños y jóvenes, júbilo en los adultos. Alegría por la historia y la actuación de la familia Addams. Una obra con el arte, la magia y el humor para tomar un respiro, disfrutar y desconectarse, aunque sea por dos horas, del trajinar cotidiano, el drama y la tragedia.

¿Entonces por qué no se pusieron de pie para el aplauso?

¿Estarían cansados?

¿O todos, como mi esposa, esperaban a que otro lo hiciera, para imitarlo y no correr el riesgo de un supuesto ridículo?

Por menos se ha puesto de pie.

Y esta vez que calificó la obra Los Locos Adams como el mejor musical que ha visto en los últimos meses, no lo hizo. Además, tiene predilección por la calidad y simpatía de Jesús Ochoa.

Yo no me levanté, por mi papel de periodista, alguien tenía anotar o registrar lo que ocurría abajo y arriba del escenario.

De niño siempre me divertí con la serie de televisión norteamericana, esperaba que llegara la hora para verla.

Una historia de éxito que empezó como tira cómica en 1937, creada por el dibujante Charles Addams, que después llegó a la televisión, al cine, a los dibujos animados y a  Broadway como musical.

En el Teatro Insurgentes de la ciudad de México, Susana Zabaleta protagoniza de manera natural a Morticia; con sus vestidos largos y escotados, su lacia cabellera, delineada figura, desbordada coquetería y melodiosa voz, cumple con altas calificaciones su actuación. Igual Jesús, no es  físicamente parecido al personaje que vi en la serie de televisión, sin embargo, no hace falta. Ochoa está convertido en un maestro y un profesional de primera. Baila, gesticula, bromea, no descuida detalles al interpretar a Homero, seduce. Su voz no es privilegiada para el canto pero no desafina, es entonado.

Gerardo González, como Tío Lucas, tiene una gracia cautivadora. Ocurrente e idéntico al de la televisión. También José Roberto Pisano es meticuloso con su personaje Largo, la voz engolada y sus movimientos robotizados.

Todos sin excepción, esmerados en alcanzar la perfección. La jovencita Gloria Aura como Merlina,  el niño Miguel Ángel Pérez como Pericles y Raquel Pankowsky como la abuela.

Para todos, los que representaron a la familia Addams, a la conservadora familia Beineke (Luha Dujart, Tomás Castellos y Marisol del Olmo), a los ancestros, a los swings, a los cantantes de cabina, a la orquesta con su director Eduardo Soto, a la producción, a los patrocinadores, a Tina Galindo y Claudio Carrera, a la dirección de la obra, desde este espacio, me pongo de pie y les aplaudo.

Itatí Cantoral es una actriz con trayectoria, experiencia, sensible y cualidades para enfrentar cualquier reto en el escenario, pero en la obra musical Mame le hace falta soltarse, sentirse segura y confiar en sus aptitudes. Si bien su voz no es para quedarse con la boca abierta, es entonada pero el problema es que no transmite, necesita de verdad sentirse Mame, la tía glamorosa y divertida, encantadora en la conquista del millonario, dramática en la quiebra de sus finanzas y tierna en la protección del sobrino.

Ella debe ser la cereza de la obra, concentrarse en su papel, porque salvo el pequeño monitor esquinado para ver quien toca la música y el desafine vocal de Miguel Garza, todo lo demás luce, los bailes, el canto de María Filippini y en especial del niño Eddy Valenzuela, los desplantes de Dalílah Polanco en el papel de Vera Charles, el caminar sensual de Lorena Velázquez, el porte galán de Víctor Noriega, la caradura del abogado Marco Uriel, la escenografía, el vestuario, la tecnología en imágenes para recrear los años 1928-1929 en Nueva York.

La verdad, me dio una mal presagio cuando no entré minutos antes de la hora programada a la sala del teatro 1 del Centro Cultural en la ciudad de México. 30 minutos de retraso. Le pregunté a quien custodiaba la escalinata el motivo y sorprendido escuché:  “todavía están ensayando”.

Si después de semanas de estar en cartelera “todavía están ensayando”, por un segundo supuse que había ocurrido una emergencia y por lo tanto cambio de protagonista.

-¿No  va a estar Itatí? -pregunté.

-Sí, ella es la que está dirigiendo el ensayo.

Me sonó rara la respuesta, aunque quizás no era la persona más indicada para dar información, pero luego este tipo de gente es la que sabe y con naturalidad dice lo que realmente sucede.

También en el vestíbulo estaba la periodista de espectáculos Maxime Woodside, acompañada de Roberto y Mitsuko. Se veía que disfrutaban su charla que los tenía sin cuidado la espera.

Otro detalle, que no ayudó a la obra ni a Itatí el día que acudí a verla, fue un grupo de jovencitas que le echaban porras a la actriz y a otros personajes. Estruendo que parecía tener etiqueta palera.

Itatí no necesita de esos recursos, solo ser ella misma, segura de su actuación, de sus movimientos y desplazamientos, certeza de que todo saldrá bien como cuando se sube al trapecio redondo y se balancea con gracia, sin temor a caerse.

Apenas un punzón de crítica lo que tiene la obra The Hole da una medición del grado de rechazo hacia la política y los políticos. Es una obra de éxito probado en España y ahora se exhibe en México, en el teatro Molière de Polanco, que antes funcionaba como sala de cine.

Es un espectáculo divertido, variado, entretenido; con voces afinadas, trapecistas que arriesgan el físico, atractivos visuales para damas y caballeros, humor, artistas rusos, colombianos y mexicanos; una rata domesticada (de verdad) protagonista del guión, como de las que se pasean por las cañerías de la ciudad. Una mezcla de circo y cabaret refinado. La rata se comporta como una estrella, no ensucia ni el escenario ni la trama. En cambio la política, aun cuando no es tema central, tres destellos dan idea de cómo anda el ánimo y hasta donde ha llegado la insalubridad.

La izquierda es fulminada por el público. La expresión de los asistentes confirma que perdió su credibilidad. Una reacción de enojo y reprobación. Antes más de uno se apresuraba a exhibir un aire izquierdista porque la izquierda daba estatus, perfil democrático, barniz intelectual. Era la posición de los convencidos y la opción para quienes preferían refugiarse en ese punto de la geometría política a correr el riesgo de ser ubicado en la derecha o comparsa del sistema.

Me quedé sin habla al escuchar el larguísimo “uuuuuuuuuuu…”  del público, ver lo bajo que ha caído la izquierda, por lo menos en el ánimo de los que estaban ahí en el teatro. Gente con un nivel social medio, medio alto, que leen y escuchan sobre lo que sucede en el país. Su valoración de la realidad.

En menor grado reprueban la historia de la casa blanca mexicana y la confesión de cansancio de un funcionario federal.

La obra se desarrolla con la conducción de Alejandro Calva, con gracia y puntual agudeza en sus comentarios. Se desplaza ágil, a pesar de no tener un cuerpo esculpido por el gimnasio, por todo el escenario y entre el público. En contraste el llamado  “pony loco” (mexicano), con un físico estético y fornido, mechones en la cabeza y en el trasero, se mueve con gallardía equina; despierta suspiros y admiración de las damas. En el intermedio, la fotografía con el escultural varón. Algunas sin rubor en atrevidas poses.

El trapecio que cuelga del techo un reto para quienes demuestran su habilidad al colgarse con una o dos manos, con las piernas o girar como trompo. Lo mejor, al final, una mujer de más de 100 kilos, vestida como la Marilyn Monroe. Con evidente exceso de peso. Supuse que sería una comediante. No, también trapecista, con una flexibilidad y fortaleza admirable. Hizo un split  perfecto en el aire, sin red de por medio. Una mujer de origen ruso.

Quienes juegan montados sobre una tabla y la tabla sobre un diminuto rodillo, en ningún momento perdieron el equilibrio. Pareja de varones que irradian simpatía con su cara, sin decir una palabra.

Un buen espectáculo, aderezado con luces y canto, que decidí verlo atendiendo la recomendación de Kate del Castillo, porque según ella, al fin llegó a México “algo diferente y atrevido”, con artistas que no son populares en nuestro país pero con una calidad indiscutible. Me consta.

La actitud del torero Octavio García “El Payo” al llegar a bordo de su camioneta a la Plaza México irradiaba seguridad, firmeza, concentración; sonreía desde su asiento a los aficionados que esperaban y saben por donde entran los artistas de la muleta y el capote; vestía traje dorado.

Debo admitir mi modesto conocimiento de la tauromaquia, soy un aficionado irregular, pero apreció la valentía y arrojo de quienes se dedican a este arte de alto riesgo. No me queda la duda de que se juegan la vida. Los cuernos del toro matan y hay en la historia sucesos trágicos que lo prueban.

También vi llegar a los otros dos toreros que integrarían el programa dominical en el coso de Insurgentes Sur, en la inauguración de la temporada grande 2014-2015. Ni Morante ni Diego Silveti traían el mismo talante que el primero. Los noté esmerados en mostrar un semblante tranquilo,  aparentar seguridad. Se percibe cuando alguien no trae  su mejor actitud.

Casi estaba llena la plaza, poco más de 35 mil aficionados, partidarios de la fiesta brava, que por su número contrastaban con el reducido grupo que fue a gritar su inconformidad desde la calle, en defensa de los toros para que no sean maltratados. Doy por hecho que sus voces alzadas no llegaron hasta los oídos de los siete astados que entraron al ruedo.

Lo toros de Barralva ni se inmutaron, tampoco los toreros. No se dieron por enterados de esos gritos como tampoco los perturbó el ruido de los aviones que cada dos minutos partían el escenario desde el cielo azul, despejado. Es el trayecto que sigue las naves hacia al aeropuerto internacional.

Morante no tuvo una tarde afortunada, ni con el capote ni con la espada. Lo vi inseguro en sus dos primeros. En el tercero, el de regalo, ya no lo vi porque me avisaron que la grúa se llevaba mi auto. Según las crónicas, logró algunos destellos para beneplácito del público. Diego Silveti se quedó en el punto medio, nada extraordinario.

En cambio “El Payo” se lució y le dieron tres orejas, una por el primer toro y dos por el segundo.

Cuando se paseó en las narices del toro y se detuvo por uno instantes para retarlo, redondeó la faena de capotazos y muletazos que le había dado. Impresionante el “ole” de más de 30 mil voces.

Desde que llegó a la plaza, “El Payo” se veía y se sentía ganador y ganó.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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