Tirar la basura en la calle, dejar las heces de la mascota en la banqueta, ignorar la luz roja del semáforo, estacionarse sobre la banqueta, obstaculizar los accesos para las personas con discapacidad, dar vuelta prohibida, exceder la velocidad y tirar la colilla de cigarro en calle son minucias de la conducta humana que se han vuelto cotidianas.
No son exclusivas de la Ciudad de México, ocurren en otros sitios urbanos, en nuestro país y en el mundo. Hay excepciones. Actos que por su práctica han alcanzado la normalidad, lo que de ninguna manera las justifica ni las hace saludables para la convivencia, mucho menos un ejemplo.
Pareciera que no hay forma de sancionarlas, que hay que vivir con ellas, te gusten o no te gusten. Sus autores ni se inmutan ni se incomodan, ni se esconden para llevarlas a cabo.
Respeto, limpieza, educación, orden, es terminología desgastada, en proceso de extinción.
Dar gracias por un servicio o pedir permiso para que alguien se haga un lado y continuar el camino, entraron en desuso. Se escucha raro cuando alguien lo hace. Es visto como un rancio comportamiento, inoportuno y descompuesto. Anticuado y hasta molesto.
Esas faltas contra la buena conducta, que cada vez menos quieren ver como faltas, ya llegaron al punto de que ahora pareciera que el interés del individuo está por encima del interés de la mayoría, por eso se dice que se pueden violar derechos humanos si son evidenciadas o exhibidas.
Aquí es donde entra el famoso Pericospe, la transmisión al instante o la difusión de un acto en el momento que sucede vía video-teléfono. Es una herramienta que la delegación Miguel Hidalgo de la Ciudad de México ha decidido utilizar (ojalá su uso sea sin distingo) con el fin de recuperar el civismo.
Se han convencido de que las normas o reglas se volvieron obsoletas, letra muerta, por su dificultad o burocracia para aplicarlas.
¿Cómo se va a castigar a quien deja en la banqueta las heces de su mascota o tira la colilla de su cigarro en la calle?
¿A quién le importa que esas heces se sequen, se hagan polvo y terminen siendo respiradas por niños o ancianos o cualquier otra persona? ¿A quien le importa que las colillas de cigarros, si alguien decidiera apilarlas, alcancen la altura de una montaña? ¿A quién le importa que se multipliquen o se alimenten las ratas de cuatro patas con la basura tirada en las esquinas? ¿A quién le importa que las personas con discapacidad transiten con su silla de ruedas por la calle, porque en las banquetas están estacionados los autos?
Xóchitl Gálvez, la jefa delegacional descubrió el Periscope como una herramienta útil para combatir las faltas cívicas, nada más que pronto se topó con las comisiones de los derechos humanos y la advertencia de que se pueden violar derechos de los exhibidos.
¿Y los derechos humanos de los que respiran el estiércol? ¿Y los derechos de las personas con discapacidad? ¿Y los derechos de los que quieren vivir en una ciudad limpia? ¿Y la salud de las mayorías?
Bien harían Perla Gómez Gallardo y Luis Raúl González Pérez, presidentes de las comisiones de derechos humanos local y nacional, en revisar sus criterios, antes de que la defensa a rajatabla de los derechos humanos termine por exterminar el civismo de la sociedad.
Periscope y los valores
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