Con Silvano Aureoles y Miguel Barbosa en la silla que corresponde a la presidencia del Congreso de la Unión, el primero en la Cámara de Diputados y el segundo en el Senado, confirman que el PRD dejó de ser el partido del “no”.
¿Les quedará chica o grande la silla? ¿Justa o a su medida? ¿Competirán los dos por ver quién es más institucional? ¿Sabrán tocar la campanilla? ¿Conseguirán meter en orden a los legisladores más impetuosos que regularmente son de su propio partido? ¿Atenderán todas las peticiones de uso de la tribuna?
Lo significativo en este caso es la jubilación del “no”. Era el sello de la izquierda, rechazar las propuestas que partieran del gobierno en turno o del partido en el poder. Desde su participación en el llamado “Pacto por México” dio un giro a su participación política, se involucró en la toma de acuerdos.
Actuó con madurez, como una organización con la que se puede pactar y sabe honrar su palabra. Sin renunciar a su esencia, cedió en todo aquello que juzgó benéfico para el país.
La militancia recalcitrante reprobó lo que supuso una entrega o rendición de ancestrales luchas. Hay voces que descalifican a sus líderes por ese cambio. Andrés Manuel López Obrador optó por abandonar al partido que lo hizo dos veces candidato a la presidencia de la República. Fundó su propio instituto político. Se ocupó más en obtener el registro para Morena que en impugnar las reformas estructurales. Una manera de aceptar la transformación política en las leyes. No cerró el Paseo de la Reforma como lo hizo en 2006.
Sin duda fue un comportamiento moderado, medido y quizás negociado. Le bajó a su radicalismo, a su pleito con todo lo oficial e institucional. Dejó de mandar al diablo a las instituciones. Repliegue estratégico.
El PRD con Jesús Zambrano entendió que la sociedad ya se había hartado de ese partido de cierre de calles, de toma de tribunas, de bloqueos, de rechazar las propuestas que no fueran las suyas.
Ahora comparte la responsabilidad del cambio político y es lo que lo lleva a presidir el poder legislativo. De otra manera el PRI nunca hubiera admitido que Silvano Aureoles y Miguel Barbosa asumieran la presidencia de la mesa directiva de sus respectivas cámaras.
Es un hecho que los conducirá a la foto con el presidente de la República Enrique Peña Nieto. Lo que nunca se había visto, un presidente de extracción priísta flanqueado por dos perredistas, en un acto institucional o de Estado, justo en el mes patrio.
De ninguna manera implica que se hayan vendido o renunciado a su izquierda. Se subieron al tren que lleva las herramientas que hicieron en conjunto con sus adversarios con la finalidad de rescatar a México de la desigualdad social lacerante.
Ese es el punto, ahí es donde está el deterioro de la democracia. Se construyeron nuevas leyes e instituciones, pero la pobreza sigue en la mayoría de los mexicanos.
Todavía no se logra la distribución equitativa de la riqueza.
Hacia allá pretende ir el tren en el que ya no solo viajan priístas, también van panistas y perredistas.
Silvano Aureoles y Miguel Barbosa tienen motivos profesionales y partidistas para sonreír en la silla presidencial del poder legislativo. Señal de civilidad y acuerdo. Lo que falta es que ese trabajo plural se traduzca en reales beneficios para la sociedad.
La mala imagen que hasta fecha tienen los políticos no se va a borrar mientras persista la pobreza en la mayoría de los mexicanos.
La silla de Silvano y Miguel
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