Puede ser normal que quien sea favorecido por las encuestas en un proceso electoral, con una ventaja considerable, sonría y sienta que ya tiene el triunfo en la bolsa. Sobre todo si conserva la ventaja por meses y no cambia de lugar ante la proximidad de la elección.
Sin embargo las encuestas están muy lejos de ser la última palabra en la contienda. Quizás ilusionen al que va adelante. Se mire al espejo como si ya tuviera la banda presidencial partiendo su pecho en diagonal, con traje y corbata impecables, sin arruga alguna.
Cabello peinado por estilista, maquillaje para disimular el paso de los años en el rostro, uñas recortadas por manicurista. Zapatos de charol negro con brillo deslumbrante.
La ilusión de ser. La ilusión que provocan las encuestas. Las que están y no están “cuchareadas”, como dice el que cree en ellas cuando lo dan como ganador y desconoce el porcentaje cuando le es adverso. Olvida lo que repiten los autores de que solo se trata de una fotografía, del estado de ánimo del que contesta cuando es consultado.
Esa ilusión que también hace olvidar que en los últimos años, procesos electorales no solo de México sino en otras partes del mundo, las encuestas han desatinado, equivocado. Prácticamente todas. Hay excepciones. La sociedad está consciente de esa realidad. Ejemplos sobran. Son una referencia nada confiable. Demasiados intereses en juego.
Por lo tanto, todavía no hay nada que celebrar y mucho menos son motivo para echar campanas a vuelo. Claro, siempre será preferible que las encuestas digan que uno lleva la delantera y no el de enfrente o adversario. Es ilusionante. Sabe a miel. No hay como ganar, aunque sea en encuestas. Hay que aceptar que la mayoría sigue un método científico y están vigiladas por el Instituto Nacional Electoral (INE). Tampoco son un invento. Es un hecho que la consulta se hizo, por teléfono, casa por casa, por facebook o por tuiter. Nada más que no hay garantía de que el consultado haya dicho la verdad y menos en estos tiempos en los que desgraciadamente prevalece la desconfianza. Lo que va a suceder el 1 de julio próximo solo el Dios de cada uno lo sabe, nadie más.
Hasta ahora y no hay necesidad de hacer encuestas para ello, hay dudas sobre quién merece el voto. No hay la certeza de quién es mejor ni quién es el menos malo. Entre ellos exhiben sus propios defectos. Se complica identificar la verdad. Hay muchas mentiras.
Ir a la cabeza en las encuestas no es concluyente ni revela que es el personaje más capaz, inteligente, con propuesta congruente, lógica, realista, sin ficciones, convencido y dispuesto a mejorar las condiciones de vida en su país.
Definitivamente, la única encuesta válida para ser presidente de México, será la del voto del 1 de julio.
La ilusión de encuestas
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