Pedro estaba ansioso en espera del resultado que por la noche daría a conocer la autoridad electoral.
Era militante de uno de los partidos principales de la competencia. Día tras día, semana tras semana, mes a mes, su candidato había pregonado que todo iba bien. Triunfalismo. Pedro siempre le creyó. Estaba feliz. Daba por hecho que así sería.
Sonría, procuraba aumentar su círculo de amistades, imaginaba que vendrían mejores tiempos para sus aspiraciones laborales, porque tenía amigos que presumían la cercanía con integrantes del primer equipo del candidato.
Contagiado del optimismo exagerado de su candidato, la victoria era el único escenario que veía. Con encuestas que lo ubicaban en el primer sitio, aunque no todas.
Llegó el día de la elección. Se apersonó en el organismo electoral, convencido de que nada más era cosa de esperar y confirmar lo repetido todos los días por el abanderado de su partido. Para nada parecía nervioso. Por el contrario, tranquilidad y seguridad absoluta. Sonriente.
Pasaron las horas, la sociedad salió de sus casas a votar, los ciudadanos. Transcurrió el día. Llegaba la tarde. Corrían versiones en todos los sentidos. Por supuesto que Pedro solo admitía informes de conteos rápidos que favorecían a su candidato. Desatendía los diferentes. No tenía motivos para dudar lo escuchado durante toda la campaña.
Fe total en su partido y candidato.
Cada vez que nos topábamos en los pasillos de la institución electoral, su saludo con el mismo entusiasmo de la mañana.
Las mesas receptoras habían cerrado, empezaba la fase del conteo a cargo de los ciudadanos que ese día actuaron como funcionarios de casilla. Ansiedad por las cifras de la muestra programada por la autoridad electoral. El reloj se aproximaba a las once de la noche, la hora prevista para dar a conocer las tendencias en voz el presidente del instituto.
Pedro no perdía el optimismo, cuestión de esperar un tiempo más para empezar la celebración.
Vino el anuncio, terminaba la expectación. La ventaja no la tenía el candidato de Pedro.
Recuerdo que su rostro se desdibujo, perdió la sonrisa, no daba crédito a lo que acababa de escuchar.
Como le habían dicho que si quería tener información de primera mano y verificada, contactara a este reportero, se acercó para preguntar con dejo desilusionado: ¿Puede haber un error en el resultado?
Mi “no” inmediato lo fulminó. Dio la espalda y se marchó. Deprimido. Con la derrota sobre sus espaldas. Costo del triunfalismo.
Costo del triunfalismo electoral
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