El día que corrieron a Cárdenas

Poder legislativo
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El ambiente era conflictivo, real la confrontación; la cúpula priísta tenía en la mira al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Jorge de la Vega Domínguez, quien estaba al frente del partido, ya lo había llamado, sin citarlo por su nombre, “quinta columna”. La famosa Corriente Democrática había cobrado vida y fuerza.

Te cuento, el 22 de junio de 1987, todavía no había teléfonos celulares o por lo menos a mi El Universal no me había dado uno. Ese día recibí la instrucción de seguir al ingeniero a todos y cada uno de sus actos. El último en una casa de la delegación Azcapotzalco, a las 19:00 horas.

“No te le despegues a Cuauhtémoc y llama cada media hora a la redacción”, me recomendó Fidel Samaniego (QEPD).

Cuando llegué a la casa de Azcapotzalco, particular, reducido espacio, apenas para una docena de personas, amontonadas, donde se llevaría a cabo la reunión, lo primero que hice fue ubicar un teléfono y pedir permiso para utilizarlo. Para esa hora la instrucción era llamar cada quince minutos a la redacción, tenían informes de que en cualquier momento saldría del PRI una decisión en contra del ingeniero. Más que preocuparme por lo que le decía Cárdenas a los vecinos, estaba pegado al teléfono de la casa. Varías veces recibe el comentario telefónico: “todavía no hay nada, aguanta y no dejes de llamar”.

Por la hora, no había otro reportero, la mayoría se fue a sus redacciones a escribir la nota del día.

Tensa espera.

Por fin se produjo el comunicado: “¡Ya está, apúntale!…”, me pidió Samaniego por teléfono, quien era el reportero que cubría el PRI. Los puntos culminantes del comunicado de la Comisión Nacional de Coordinación Política. No era la Comisión de Honor y Justicia (que entonces se llamaba así la encargada de revisar y sancionar la indisciplina de la militancia), porque estrictamente, nadie había solicitado la expulsión del ingeniero, pero era evidente que la instrucción cupular era hacerlo a un lado, marginarlo.

El comunicado nunca utilizó la palabra “expulsión”, no podía hacerlo, por estatutos existe un procedimiento para prescindir de los servicios de un militante; en su lugar optaron por precisarle que sus actividades eran a título personal y ajenas al trabajo electoral del partido.

Para rematar, que quienes no respetaran las normas estatutarias, “tenían abiertas las puertas para actuar donde más conviniera a sus intereses”.

Como dice el refrán, a buen entendedor, pocas palabras bastan. Una forma de decirle adiós o correrlo.

El acto casero del ingeniero estaba por terminar, se había prolongado por las preguntas de los asistentes. Le avisé al leal asistente de Cuauhtémoc, Armando Machorro, mi interés de hablar con su jefe, porque requería su opinión sobre el anuncio priísta.

Armando reconoció la importancia del asunto; los dos nos aproximamos. Una vez que agradeció y se despidió de la asistencia, que le planteo el tema. Le leí los puntos medulares.

El ingeniero se quedó sin habla, estupefacto. Me dio la impresión que nunca imaginó que lo fueran a correr.

Tardó en reponerse, lo vi aturdido con la noticia.

Estaba descompuesto, con la cara abrillantada por el sudor; me quitó la mirada y la mandó a cualquier parte, sin fijarla en ningún punto.

-¿Cuál es su opinión?- le insistí.

Empezó titubeante la respuesta.

Recuerdo que fue corta y no arremetió contra la cúpula priísta, se concretó a subrayar el compromiso de su lucha democratizadora y a seguir trabajando en ese sentido. Eso fue todo.

Salió apresurado de la casa, alargó el paso, quizás ansioso de llegar a su domicilio y leer con detalle el comunicado.

Pasado el tiempo, volví a ver Machorro. Me platicó que días antes habían presentado un libro sobre la historia de la Corriente Democrática, que no encontró mi nombre ni este pasaje que te he platicado. La verdad, nunca tuve contacto con el autor de ese texto, pero al fiel escudero del ingeniero y al propio ingeniero, les consta que fui el primero en enterarlo de la decisión tomada por la Comisión Nacional de Coordinación Política del PRI.

Arturo Zárate Vite

 

 

Maestro en Periodismo Político por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Titulado con mención honorífica.

Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal.

Más de cuatro décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político.

Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio.

Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

Autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.