La historia que te voy a contar debería ser común, lo cotidiano. Es todo lo contrario, lo raro, la excepción. El valor de la honestidad, perdido en muchas partes del mundo, en la política, sobre todo.
Una muestra del impacto que tiene el ejemplo en la formación.
Es la historia de un frutero, vende jugos y vasos con fruta variada, bañada con limón y salsas.
De niño, por error involuntario, dio el cambio de un billete de 200 pesos cuando solo le habían pagado con uno de 50.
Inmediatamente el comprador hizo la aclaración y devolución.
De cualquier manera su padre enfureció, con la mirada quería fulminarlo. Lo reprendió en voz alta, sin insultos. El regaño duro para quien estaba a punto de entregar parte de las ganancias del día. Desapareció el rostro feliz del menor. Entristeció con el desatino. Evidente su nerviosismo. Ruborizado y apenado. “¡Fíjate! ¡Ten cuidado! ¡Que no sabes contar!”, expresiones del padre hacia el hijo, con el semblante descompuesto y la cabeza agachada.
La escena ocurrió hace 11 años, el niño quizás tenía apenas 10 años.
Hoy ya rebasó la mayoría de edad y en ocasiones está solo, al frente del negocio frutero, en una de las esquinas de la colonia Nápoles de la Ciudad de México.
En otras, lo acompaña su padre y el hermano mayor, mucho más alto, 15 centímetros de diferencia.
Atento, desenvuelto y correcto.
Tiene memoria, es agradecido y confía en la gente. A veces no tiene cambio y pide que le paguen más tarde u otro día. Así debe ocurrir porque el criterio lo aplica con regularidad
El precio del medio litro de jugo lo vende a 20 pesos, pero al cliente que hace 10 años tuvo la honestidad de regresarle el exceso en el cambio, a 15 pesos, cinco pesos menos.
“Ya vale 20”, trató en algún momento de imponerse su padre, aunque sin insistir ni alzar la voz, con tono apagado. El muchacho solo cobró 15 pesos, a pesar de la molestia de su jefe.
El otra ocasión, le despachó el hijo mayor. Esa vez el cliente pidió un litro de jugo.
-¿Cuánto es?- preguntó.
-¿Cuánto le cobran?
-Por el mediano 15 pesos.
El hijo mayor no sabía qué hacer, si cobrar 30 ó 40 pesos. De reojo miraba a su hermano y a su papá que estaban cerca.
Con voz de mando intervino el hijo menor:
-15 pesos porque vive en nuestra colonia –justificación que encontró para el cobro diferenciado.
El padre no dijo ni una palabra.
Seguro que su hijo, ahora un jovencito, aprendió la lección de honestidad hace 10 años y es agradecido.
A México y al mundo, a las sociedades, a la política, le hacen falta ejemplos de honestidad.
¿Y la honestidad política?
Typography
- Font Size
- Default
- Reading Mode