Adentro los de corbata, trajes y vestidos negros, la etiqueta para la ocasión, las guardias de honor de familiares, amigos, funcionarios, artistas, intelectuales y escritores, con lugares y asientos predispuestos. Afuera, largas filas, “la cola enorme, enorme”, como diría, sin desalentarse, una de las señoras formadas para entrar al palacio de Bellas Artes, aunque fuera para un recorrido fugaz. Gente con mochilas, un libro, ramos de rosas amarillas, cartulina con mensajes para honrar al que se ha ido. Vestimenta informal, sin el riguroso negro, camisas, blusas y pantalones de todos colores.
Dos realidades que a Gabriel García Márquez le hubieran divertido. Quizás pudo verlas desde el cielo y hasta esbozó una sonrisa cuando el clima, el tiempo y el protocolo jugaron una mala pasada a los que esperaron hasta el último momento, después de la ceremonia oficial. Habían aguantado la lluvia, la mojada. Cuando por fin ingresaron, las cenizas ya se las había llevado la familia, “volaron” como volaron las mariposas de papel que soltaron los organizadores para rubricar el acto que encabezaron los presidentes de México y Colombia.
“¡Gabo…Gabo!” empezaron a gritar los formados pacientes al ver volar las “mariposas”. Jovencitas y no tan jovencitas hacían a un lado vallas metálicas y recogían del suelo los papelillos amarillos para volverlos a soltar, aventar hacia arriba. Disfrutaban su acción. Se bañaban de mariposas. El viento hacía de las suyas y las envolvía en remolinos.
Desde fuera el homenaje se veía distinto. Lo inusual era la larguísima fila de seguidores. Unos se daban tiempo para leer en voz alta libros de García Márquez, otros con desafinada voz y con hojas en los que leían la letra, trataban de entonar la canción Macondo. Con más éxito quien traía un trombón, repetía el estribillo y era festinado por quienes le rodeaban.
Nadie se conmovió ni se movió de su lugar cuando llegaron los convoyes de los presidentes Enrique Peña y Juan Manuel Santos. Por diferencia de minutos primero el mexicano y luego el colombiano. Identificables por los banderitas de sus respectivos países. Peña en mangas de camisa en el asiento del copiloto. Santos ya con el saco puesto.
Quienes entraron al palacio después de la ceremonia oficial, los que se quedaron con las ganas de ver la urna con las cenizas, encontraron todavía a un grupo vallenato que seguía tocando, coronas de flores descansando sobre muros, sillas desocupadas y mariposas amarillas en el piso y sobre la alfombra roja.
Algunos rezagados del acto oficial y entre las sombras del vestíbulo, camino a la salida, accedían al Selfie. Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta quien no dejaba de hablar por teléfono.
Sobre la avenida Juárez, por la banqueta, Selene Ávila, la reportera de canal 40 con su compañero camarógrafo, a toda prisa como seguramente lo hacía García Márquez cuando sabía que lo esperaban en la redacción de su diario con la nota del día.
Aquellos que se tuvieron que conformar con mirar el vestíbulo vacío que les sirva de consuelo que en Colombia también le rindieron homenaje a Gabo y no hubo ni cenizas ni tampoco estuvo Mercedes Barcha, la viuda, ni los hijos.
Las cenizas son lo de menos, es su obra lo que lo hace inmortal, con sus mariposas amarillas que no dejarán de volar y su macondo que seguirá sonando.
Es hora de volver a leer Cien años de soledad.
García Márquez y las mariposas
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