Mi abuela vio incinerar a León Trotsky. Primera y última vez que sus ojos observaron un cadáver reducido a cenizas. Se impactó porque con el primer fogonazo el cuerpo se contrajo y la mitad se levantó como si hiciera una abdominal. Supuso que era la reacción de alguien que se resistía a morir. Desde entonces decidió que a ella no la cremarían y “mejor que me coman los gusanos”. No se si se la comieron pero al morir fue sepultada tres metros bajo tierra.
Nunca supe el motivo que la llevó al crematorio a presenciar esa ardiente escena. Jamás dio explicaciones. Rara y extraña su decisión. Sobre todo por su perfil de mujer religiosa, de ir cada domingo a misa, confesarse y comulgar. ¿Qué hacía mirando a Trotsky quemarse? La pregunta que no encontró respuesta. El secreto se fue a la tumba. No tuvo éxito mi perseverancia e insistencia para obtener la causa de su conducta. ¿Curiosidad? ¿Morbo? ¿Qué? No lo se.
Tampoco Eduardo Luis Feher, maestro de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), obtuvo respuestas de Ramón Mercader, asesino de Lev Davidovich Bronstein, nombre real de Trotsky, cuando desayunó e interrogó al autor del magnicidio en la prisión de Santa Martha Acatitla.
Espía, entrenado para deshacerse del enemigo de Iósif Stalin, con la habilidad para enamorar a la secretaria de Trotsky, engañar a la esposa y al personal de seguridad que cuidaba la casona de Coyoacán, nada consiguió hacerlo hablar, ni por las malas ni por las buenas.
Fue sentenciado a 19 años de cárcel. Primero estuvo en Lecumberri. Después fue recluido en Santa Martha, en donde cumplió su condena. Cuando salió, en avión lo trasladaron a Cuba y de ahí en barco a Rusia. Lo condecoraron los rusos, por la “misión cumplida”. Murió de cáncer.
El maestro Feher recuerda el suceso como si hubiera sido ayer. Era niño cuando el 20 de agosto de 1940 atentaron contra Trotsky, asilado en México. Se armó tal escándalo mundial que fue tema de películas, una de ellas con la actuación de Marlon Brando. Desde la infancia le despertó curiosidad e interés el caso.
Un hecho con ingredientes singulares. El piolet (especie de pico corto), utilizado por Mercader para matar a Trotsky está ahora bajo resguardo de la hija de un policía de esa época.
Les cuento esta historia a unos días de cumplirse 74 años del asesinato de León Trotsky.
Eduardo Luis Feher Trenschiner, escritor, ensayista, poeta y académico, originario de Veracruz, ofreció una conferencia en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) con el título “El México que acogió a Trotsky”, durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas.
Como estudiante de la Facultad de Derecho de la UNAM, Eduardo Luis logró que él y un grupo de compañeros visitaran la prisión de Santa Martha. Por supuesto que no anticipó que su propósito era encontrarse con Mercader. Ya en el lugar le hizo la solicitud al alcaide.
Su persistencia y la previa consulta a Mercader para saber si aceptaba la visita de un joven de apellidos extranjeros y estudiante de la carrera de abogado, tuvo su recompensa. Mercader que hacía labores de mantenimiento eléctrico en el penal, accedió.
Admite el maestro Feher que el recluso habló solo de generalidades. No cayó en ninguna de las preguntas del entonces estudiante universitario. Sin embargo, quedó satisfecho de ese encuentro porque tuvo enfrente y cerca al misterioso espía que acabó con la vida del líder revolucionario.
Mercader, quien resultó ser español y no belga como decía, se llevó el secreto de su principal acto a la tumba, procedió como aquellos asesinos que se tragan la verdad y ni siquiera la desechan por el ducto posterior e inferior.
A 74 años del asesinato de Trotsky
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