Las boletas electorales del 2006 se han convertido en las más caras del mundo. Independientemente del costo de la impresión, el gasto por su custodia llegó a los 550 millones de pesos.
Fue un gasto que no condujo a nada, porque se mantuvo inalterable el resultado de la competencia política y ahora los protagonistas están a punto de cerrar el episodio, una vez que termine el sexenio de Felipe Calderón.
Si bien es cierto que la diferencia fue cerrada entre el primero y segundo lugar, una ventaja de apenas .56 % para el ganador, el hecho es que era más que suficiente para levantarle la mano al panista. Un voto hubiera bastado porque así funcionan las democracias.
El IFE, por no decir que todos aquellos que pagan impuestos, destinaron 262.4 millones de pesos (cifra de la Dirección Ejecutiva de Administración del instituto) para documentación y materiales electorales. Y por cuidar esa papelería se gastó 550 millones de pesos, dinero que también salió del bolsillo de los contribuyentes físicos y morales.
Más del doble para cuidar la paquetería y sólo por atender la necedad de quienes pusieron en duda la capacidad de contar de los mexicanos que se desempeñaron como funcionarios en las casillas.
Por eso son las boletas más caras del mundo. Debido a su custodia sexenal su valor se incrementó en más de 200 %.
Enhorabuena que ya se haya decidido llevar a cabo su destrucción como lo establece el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe).
Y en enhorabuena que se haga lo mismo con la paquetería del 2012, donde la diferencia entre el primero y segundo lugar superó los tres millones de votos, muchos más que los del 2006.
No se vale que todavía haya quienes se atrevan a pedir que se guarden las boletas del 2012. Se tienen que destruir como lo establece el artículo 302 del Cofipe, una vez concluido el proceso.
La boleta electoral de "oro"
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