El único que llegó tarde a la boda fue Jorge Emilio, el “Niño Verde”. La ceremonia ya había empezado, el enlace civil en un salón de fiestas de Huixquilucan, estado de México.
Apresurado se abrió paso entre la gente y se ubicó en el sitio destinado a los testigos. A los pocos minutos el arribo de una joven mujer que se colocó a su lado. Jorge Emilio se veía molesto y su acompañante parecía ser la causa de su retraso, en el casamiento de su amigo.
El novio era Arturo Escobar y Vega, actual subsecretario de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación. Entonces, en mayo de 2007, senador de la República.
Atuendo formal, casi todos de etiqueta, la excepción el empresario bajacaliforniano Jorge Hank Rhon. Cuando entró lo hizo como si fuera un torero, partiendo plaza; desde que cruzó la puerta atrajo miradas. Vestía chamarra de piel, por supuesto, sin corbata. Su esposa con vestido propio para el festejo.
Jorge, por su estatura, corpulencia y chamarra, era imposible que pasara desapercibido. Priístas se acercaron y lo rodearon de inmediato. Se volvió el centro de la plática de una quinteta de invitados. Ahí estaba el sonorense Manlio Fabio Beltrones, en ese tiempo líder de la bancada de su partido en el Senado.
Enrique Peña Nieto, quien era gobernador del estado de México, también entre los testigos de la boda. Llegó puntual. Fue la luz verde para que empezara la ceremonia. Hay que decir que en 2007 únicamente era visto como la principal figura política mexiquense, no se hablaba de su candidatura presidencial y mucho menos que viviría en la residencia oficial de Los Pinos.
El magistrado Alejandro Luna Ramos, otro de los invitados, todavía no era el presidente del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. El consejero electoral Virgilio Andrade Martínez. Emilio Gamboa Patrón, coordinador de los diputados tricolores. Mariana Gómez del Campo, líder de los panistas en el Distrito Federal. Raúl Salinas y Paulina Castañón. El legislador Manuel Añorve.
Arturo Escobar y Vega con rostro radiante, feliz, al lado de su futura esposa María de Lourdes, hija del periodista deportivo Alfredo Domínguez Muro. Así que en ese momento, en ese escenario, con estos testigos y afectos, lo que menos le preocupaba era la tardanza de su amigo. El evento empezó sin Jorge Emilio González Martínez, lo que no hubiera sucedido en una reunión del PVEM.
Sólo dos periodistas en la fiesta, Alfredo en su calidad de papá de la novia y yo, invitado por Arturo.
Desde hace más de diez años conozco al ahora subsecretario. He seguido su trayectoria en la política. Por su trabajo se hizo operador clave en la organización de su partido. “Cerebro” es el término que siempre ha utilizado la decana de los verdes, Sara Castellanos, para describirlo.
Arturo le dio la solidez jurídica al PVEM cuando el desaparecido IFE cuestionó la redacción de sus estatutos.
En El Universal más de una vez escribí las graves deficiencias en los documentos básicos del Verde Ecologista, que al final el partido tuvo que corregir. Las ocasiones en que conversé con Arturo, en ninguna me reclamó. Siempre fue respetuoso e interesado en saber que otras observaciones tenía sobre las normas internas.
Arturo fue receptivo, demostró que sabe escuchar. Prevaleció una relación profesional respetuosa, de ambas partes. Es evidente que perfecto no es. En política, como en cualquier otra actividad laboral, hay aciertos y desaciertos.
Tiene su carácter, lo he visto enojado, con la cara enrojecida ante equivocaciones, pero también dispuesto a las correcciones; aprende rápido.
Seguro que todo lo que se ha dicho de él, lo tomará en cuenta; un acicate para atender su nueva responsabilidad.
La boda de Arturo Escobar
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