La verdad, hasta antes de enfrentar la infamia que no tiene nombre y está a punto de llevarme al confinamiento, tenía un concepto inmaculado del poder judicial en nuestro país. Estaba convencido de que cumplía con la impartición de justicia, al menos que era la generalidad. Tenía buena opinión de los juzgadores, que actuaban con honestidad y apego a la ley, con absoluta imparcialidad. Escuchaba hablar de “jueces de consigna” y creía era una exageración, que no correspondía a la realidad. Los hechos, el viacrucis que he sufrido más de 12 años, demostraron que estaba totalmente equivocado. Terminé por darles la razón a quienes se la pasan diciendo que el poder judicial está podrido. Supuse que, con la verdad de mi lado, la razón jurídica, con dos resoluciones de inocencia, un acuerdo del propio poder judicial que decía que los fallos a mi favor eran irrevocables y que el caso había causado ejecutoria o que ya era cosa juzgada, todo había terminado. Incluso, a pesar de que revirtieron el proceso en mi contra, confiaba en que tarde o temprano encontraría la autoridad que reconocería la inocencia, porque cualquiera que revise con imparcialidad el expediente irremediablemente llegara a la conclusión de que no soy responsable de nada. Nunca sucedió, ya había consigna de que tenía que ser condenado, aunque fuera inocente. Ingenuamente consideré que bastaba con las pruebas a mi favor para lograr el reconocimiento del poder judicial. Topé con juzgadores que procedieron como cómplices de personajes de la política, ligados a Felipe Calderón. Cobraron venganza, porque me atreví a escribir en 2007, cuando ya estaba en la silla presidencial, que el año anterior no había ganado la elección de manera limpia. Estiraron la ley en mi contra. El poder judicial está acostumbrado a salirse con la suya y en mi caso no tuvo ningún problema para lograrlo. Todavía como última opción pensé que la Suprema Corte de Justicia de la Nación sería distinta. No. También está echada a perder. En estos tiempos está convertida en juez y parte y no le importa. Abiertamente hay ocho ministros que se han pronunciado en contra de la reforma judicial y al mismo tiempo analizan lo que procede en términos de ley con el fin de frenarla. El descaro total. El poder judicial se cree perfecto, más poderoso que cualquiera. Hace lo que quiere con la aplicación de la Constitución y las leyes; las estiran a su antojo. Se siente más poderoso que los otros poderes, por encima de los poderes ejecutivo y legislativo. Eso explica la multiplicidad de suspensiones o amparos para tratar de echar abajo la reforma judicial, que tanta falta hace, para limpiar a dicho poder de malos y corruptos servidores. No le ha importado llegar al extremo de amenazar a la misma presidenta de la República, que apenas en junio pasado obtuvo el voto de casi 36 millones de mexicanos y mexicanas, con aplicarle sanciones en caso de que no de marcha atrás a la reforma. Ha perdido el piso. Su actitud confirma que tiene ganada su renovación, la depuración inmediata. El poder judicial está acostumbrado a ganar y en ese sentido seguramente se pronunciaría en los próximos días, sin reparar que puede significar la gota que derrame el vaso. Hasta ahora lo que han hecho los poderes ejecutivo y legislativo ha sido no acatar las aberraciones del poder judicial. Si la Corte se atreve a declarar inconstitucional la reforma judicial que ya es constitucional porque fue aprobada por las cámaras legislativas federales, por la mayoría de los congresos locales y promulgada por el ejecutivo, estará provocando la extinción del actual poder judicial.
Intocables era un término que se quedaba corto, hay juzgadores que se sentían puros y hasta dioses. ¿Cuándo dejaron de serlo? ¿Cuándo dejaron de levitar? ¿Cuándo perdieron su aureola? ¿Cuándo pisaron tierra y empezaron a preocuparse del mundo real que los rodea? Ni los propios medios de comunicación se atrevían a tocarlos con el pétalo de una rosa, no se fueran a molestar y desatar su furia. Solo hay que revisar la hemeroteca para comprobarlo, salvo que alguno perdiera la bendición presidencial o cayera en un escándalo inocultable. Se le daba la opción del retiro, sin llegar al confinamiento, aunque lo mereciera. Con la Cuarta transformación no fue la primera vez que el gobierno había intentado obligarlos a tener un ingreso menor al presidencial. Sucedió en la segunda etapa del panismo en el poder. El senado fue punta de lanza, cuando la bancada priísta, sin ser mayoría, coordinada por Manlio Fabio Beltrones, trabajó la idea generada desde la residencia oficial de Los Pinos, seguido por el grupo de legisladores panistas. Se avanzó a tal punto que los dioses se vieron obligados a bajar del olimpo, los ministros fueron a la misma sede del senado, a plantear en privado, a los coordinadores parlamentarios, sobre todo a Manlio, que era imposible reducirles el ingreso. Ni una sola palabra salió de la reunión, cero filtraciones. Así como llegaron, se retiraron los togados, sin hacer ninguna declaración. Ganaron la batalla, dejaron de incomodarlos con el tema. En 2018 se reavivó. Los juzgadores empezaron a prepararse para la batalla. Trascendió el acuerdo de pagar un despacho internacional, por si llegara a ser necesario ir a instancias fuera del país a defender su posición y para que no los acusaran de ser juez y parte, en caso de que el asunto se ventilara en primer lugar en tribunales nacionales. A sus cuestionados ingresos se empujó desde el gobierno en turno que era necesario reformar al poder judicial. Lo que hizo Arturo Zaldívar resultó insuficiente para limpiarlo. En el Senado se desperdició el consenso alcanzado para separar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación del Consejo de la Judicatura Federal. Para que estos dos órganos no fueran presididos por la misma persona, porque implicaba ser juez y parte, entre el órgano encargado de impartir justicia y el responsable de vigilar el desempeño de los juzgadores. Sin embargo, creció en la sociedad y en el gobierno el ánimo de realizar una reforma judicial de mayor calado, al ver que vicios, nepotismo, privilegios e injusticias persistían. Para conseguirlo el grupo en el poder tenía que ganar por amplió margen las elecciones de 2024. La oposición descartaba ese escenario, incluso creía que podía regresar al poder, al menos es lo que cacareaba mediáticamente. En el peor escenario, consideraba que perdería la presidencia y mantendría el equilibrio de fuerzas en el poder legislativo. También era el escenario que vislumbraban en el poder judicial para conservar el suntuoso estatus. El 2 de junio, el día de las elecciones, dejaron de ser dioses, pisaron tierra al enterarse en voz de Guadalupe Taddei, presidenta del Consejo General del INE, que Morena y sus aliados, no solo habían ganado la presidencia sino también por abrumadora mayoría las cámaras. Dio cifras que anticipaban que el grupo en el poder alcanzaría la mayoría calificada para reformar la Constitución.
La maestra y diputada Ifigenia Martínez se fue después de cumplir su último deseo: entregar la banda presidencial a la Doctora Claudia Sheinbaum. Así lo escribió en su X, un día antes de su partida, sus dos últimos mensajes en la red social:
-“El haber sido parte de la transmisión histórica del Poder Ejecutivo y entregar la banda presidencial a la primera Presidenta es uno de los mayores honores de mi vida. ¡Todo mi cariño querida Presidenta y querido Andrés Manuel López Obrador”.
-“La llegada a la presidencia de la Doctora Claudia Sheinbaum es la culminación de una lucha que hemos atravesado generaciones enteras de mujeres. Mujeres que, con valentía, hemos desafiado los límites de nuestros tiempos”.
Fue a la ceremonia del 1 de octubre por su propia voluntad, estaba más que contenta con ese honor, nadie la utilizó. Cuando se habló de nombrar a la presidenta o presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, de inmediato levantó la mano. A pesar de su avanzada edad, a la que no cualquiera podría llegar, 94 años, con su trayectoria de congruencia política, imposible que la pudieran manipular. ¿A cambio de qué? ¿dinero? ¿beneficios para su familia? Nunca lo hizo en su vida, nunca abusó ni se aprovechó del servicio público. Desde su juventud, auténtica luchadora social. A políticos imberbes se les hizo fácil, a estas alturas, acusar a Morena de haberla utilizado el 1 de octubre, de haberse aprovechado de su condición física, de sus problemas de salud. ¿A poco creen la maestra Ifigenia Martínez se iba a dejar que la manipularan? Para nada. Estuvo en la silla de la presidencia de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, presidiendo la sesión de Congreso General, porque quiso, por la ilusión, emoción, trascendencia e historia que significa entregar, para cualquier político o política, la banda presidencial. Para hacerlo tenía que ser elegida presidenta de la mesa directiva y nadie objetó su elección. Su lucidez no estaba a discusión. Un botón de su integridad y congruencia en su larga vida política fue el día que votó en contra de una iniciativa presidencial. Lo hizo en los tiempos en que prácticamente nadie se atrevía a contradecir al jefe de la nación, en la época de la hegemonía de un solo partido, en el gobierno de José López Portillo. En desacuerdo con la iniciativa presidencial en materia agraria, no dudó en votar en contra, la única de su bancada. Por supuesto que López Portillo intentó llamarle la atención y para eso recurrió a Porfirio Muñoz Ledo, quien entonces era dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional. Que el habilidoso Porfirio hiciera ver a Ifigenia Martínez que no era válido actuar contra la voluntad presidencial. Muñoz Ledo la justificó: “presidente, ya sabe como es ella, coherente y de firmes convicciones”. Al presidente no le quedó otra que aceptarla como era, para nada le aplicó algún castigo político, la admiraba. Porfirio ni siquiera se atrevió a transmitirle la queja del mandatario. Ifigenia siempre fue la misma. No se olvide que fue la mujer que acompañó el movimiento de la Corriente Democrática que encabezó el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas dentro del partido tricolor. Tampoco se ignore que supo mantenerse en la izquierda al lado de Andrés Manuel López Obrador. Los achaques de los que nadie está exento cuando se llega a esa edad, no impidieron que volviera a salirse con la suya. Para nada se aprovecharon de su condición física. Ifigenia cumplió su cometido. Se fue feliz escribiendo otra página de la historia de México, quizás la más importante de su vida, entregarle la banda presidencial a la Doctora Claudia Sheinbaum.
A sus 94 años de edad, Ifigenia Martínez, la diputada más longeva en toda la historia del poder legislativo, empoderada por una trayectoria profesional que no tiene igual, bella e inteligente desde su juventud, con una lucidez admirable, escribió la página de la historia mexicana que quizás nunca imaginó, entregarle la banda presidencial a una mujer, a la doctora Claudia Sheinbaum. Estampa de la política nacional imborrable, el momento en que la maestra Ifigenia, ilusionada con el acto desde que le avisaron que ella entregaría la banda presidencial, hizo su mayor esfuerzo físico para levantarse de su asiento como presidenta de la sesión de Congreso General y con la sencillez que le caracteriza, admitir: ¡híjole! apenas si me puedo parar”. Con la ayuda de la asistente militar y el auxilio de la Doctora Claudia Sheinbaum, presidenta de México, y el expresidente Andrés Manuel López Obrador, la diputada cumplió con el ritual de la transmisión del poder, recibir la banda del mandatario saliente y entregársela a la mandataria entrante. El ritual había sido cumplido, como quería, con una emoción inocultable en su rostro, sobreponiéndose al deterioro físico que ocasiona del paso del tiempo y del que nadie está exento. Ifigenia estaba feliz. Haber llegado en silla de ruedas y con un tanque de oxígeno al Palacio Legislativo de San Lázaro, estuvo lejos de ser un impedimento para ponerle broche de oro a su respetable carrera política. 1 de octubre de 2024, histórico en la política nacional, con imágenes que tendrán vida eterna y para ser consultadas cuando se quiera saber que pasó el día que llegó la primera mujer a la presidencia de la República. A pesar de los encontronazos previos entre los tres poderes de la unión, por las diferencias sobre la reforma judicial, ahí estuvieron en el salón plenario los representantes de cada uno. No faltó nadie de los ministros y ministras de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). La mayoría de ellos no están convencidos de la elección popular de juzgadores y han criticado la reforma. Hay jueces y magistrados que han promovido suspensiones o amparos para tratar de frenarla, lo que ha generado cierta incertidumbre. Las diferencias no fueron obstáculo para que la Doctora Claudia Sheinbaum, presidenta de México, al llegar al recinto, a la zona de presídium, se acercara a saludar a la ministra presidenta Norma Piña, quien ya estaba en su silla. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en su mensaje reafirmó la posición de su gobierno con respecto a la reforma, por si alguien tiene dudas. Piña sólo una vez aplaudiría el discurso de la Doctora, cuando se refirió a la evolución de la mujer en nuestro país. Otro personaje de este día memorable fue el ex presidente Andrés Manuel López Obrador. Aclamado como pocos, sobre todo por sus seguidores y aliados, en el final de su gobierno. No saludó a la ministra presidenta. La cortesía y afectos de López Obrador fueron para el senador Gerardo Fernández Noroña, presidente de la mesa directiva del Senado, y la diputada Ifigenia. Acentuó su emotividad al ver llegar y saludar a Claudia Sheinbaum, la nueva presidenta. Hubo romería de diputados y senadores para saludar y tomarse la selfi con López Obrador, escena que contrastaría con la que vivía la ministra Piña, parecía desairada sóla en su asiento, sin que nadie se le acercara. La oposición, sobre todos los panistas, se dio cuenta y pronto hicieron fila para saludarla. La Doctora Claudia Sheinbaum, con serenidad y seguridad, rindió su protesta como presidenta de México. Su mensaje exhibió los cimientos del segundo piso de la Cuarta Transformación.