Esto que te voy a contar nunca antes lo has leído. Es la historia del periodista que estuvo en la prisión de máxima seguridad “El Altiplano”, en el municipio de Almoloya, estado de México, pero no de visita sino dentro, entre los grandes de los grandes del crimen organizado.
Todavía es hora que nadie ha dado una explicación satisfactoria de porqué lo llevaron a ese lugar cuando fue acusado de un infundio y de un supuesto delito que ni siquiera tiene calificación de grave. Por si fuera poco, fue torturado en ese sitio y hasta hoy hay resistencias para indemnizarlo.
Permaneció en el Altiplano cinco días.
O sea que le consta lo que pasa en ese lugar. No se le contaron, lo vivió en carne propia.
Ahí se escucha hasta el zumbido de una mosca, el aleteo de una mariposa. No hay conversaciones secretas. Recuerda el periodista que en el mismo pasillo estuvieron los generales, cada uno en lo que llaman estancia. En alguna ocasión uno de los internos les preguntó si sabían quien era responsable de que los hubieran encarcelado solo por los dichos de un testigo protegido. Todos los que estaban en esa zona se enteraron de la respuesta de los militares.
Es realmente un penal de máxima seguridad, funciona, nada se mueve sin que sea observado. Las luces nunca se apagan y las cámaras de video tienen una función permanente. La normatividad interna es rigurosa. Hay pase de lista dos veces al día, mañana y tarde. Quienes lo hacen se cercioran de que la foto que traen en su álbum corresponda a la persona que está tras las rejas.
Son tan cuidadosos que cuando en el caso del periodista se percataron de que en la foto aparecía con un rasguño en el rostro, como consecuencia de la tortura, pronto ordenaron que volviera a ser fotografiado.
Voces y sonidos recorren con facilidad los pasillos. Se escucha hasta cuando llega un nuevo interno, cuando se abre la primera puerta metálica. Se escucha el sonido de cada puerta que se abre y se cierra. Hay una hora en la que sin excepción, todos deben estar en su litera para dormir, a las 21:00 horas. Nada de movimientos extraños porque es sabido que de inmediato pueden ser investigados y reprendido el que los hace.
Por su complexión, delgada, al periodista le resultaba grande el ancho de la litera que en ese espacio era posible quedar fuera del foco de la cámara. La primera vez que lo hizo sin intención alguna, no faltó quien le advirtiera que siempre tenía que estar a la vista.
La regadera se visita para bañarse, como sucede en cualquier casa. Nadie se mete con ropa. Tampoco el baño se usa para lavarla, para eso está el lavabo y, en esas mismas estancias tiene que secarse.
Como regla para el uso del escusado o tasa de baño, se tiene que jalar la palanca apenas se produzca el primer desecho, porque de lo contrario el olor se va a recorrer pasillos y estancias.
Se escucha todo y se perciben todos los olores.
Hasta el zumbido de una mosca o el aleteo de una mariposa, que no hay en “El Altiplano”, pueden ser escuchados.
Te despierta muy temprano la respiración agitada de los que “corren” y hacen ejercicio en espacios de dos por tres metros.
Parte de la “vida” en el penal de máxima seguridad.
El periodista, que soy yo, ya acreditó su inocencia, nada más falta que se le reconozca.
El zumbido de la mosca
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