El respeto humano se ha degradado, ya no se hace diferencia entre el bien y el mal, lo que importa es salirse con la suya; mentir, engañar o burlar la norma con tal de alcanzar sus propósitos. ¿El que no transa, no avanza? La moral y la ética se han vuelto maleables, elásticas, cada quien tiene la suya. La lógica está rebasada por la conducta de las personas, no se actúa con sensatez y mucho menos con sentido común, es de todos los días.
Te voy a contar esta historia motivado por la actitud de un conductor particular que ignoró la luz roja del semáforo. Observé su rostro; muy lejos de apenarse por su falta, derrochaba soberbia, con una expresión que me hizo recordar a la cantante Lucero cuando trató de explicar el uso de fuerza y agresividad de su guardaespaldas que le había mostrado la pistola a los periodistas. “¡Y….Y….!”, exclamaba ante el reproche de los reporteros.
El conductor no dijo nada pero altivo alzó su cara y le vi en su frente una “¡Y…!” imaginaria. Me quedaba claro que si le reclamaba estaría expuesto a una agresión verbal, por lo menos.
-¡Que Dios lo bendiga!- mi mensaje mental.
Ya lo “normal” no es detener el auto ante la luz roja, es mirar de un lado a otro y si no está a la vista una patrulla o agente de tránsito, seguir sin importar los riesgos de un accidente.
Así, muchas y cotidianas imágenes.
El microbusero especialista en competir con sus compañeros a ver quien llega primero a la base y seguro tiene el récord de no acatar las señales de tránsito. Automovilistas que ahora creen que los topes en las calles son para ver quien logra pasarlos más rápido. Automóviles que ya no están equipados con cenicero, sino con entrada para USB, GPS y, el conductor que con “normalidad” tira la ceniza de su cigarro y la colilla en calles, avenidas, ejes viales y segundos pisos. Televisora que impulsa campaña para tener ciudades limpias y ciudadanos que sin rubor depositan su basura en la vía pública.
El reflejo social de hoy. Ciclista que se cree con derecho a circular por la banqueta o en sentido contrario en las calles. El dueño de una mascota que echa en bolsa de plástico el excremento y, en la primera oportunidad, cuando supone que nadie lo ve, la tira en la banqueta. Los que no pueden comer sin el teléfono celular en la mano o en la mesa. El franelero que fija tarifa según la demanda y hasta 200 pesos si te quieres estacionar cerca del palacio legislativo de San Lázaro en días de sesión. El que se sube al transporte público y se abre paso a empujones, en vez de pedir permiso o solicitar por favor que lo dejen entrar o salir. Estacionarse en doble fila, dar vuelta prohibida o ir atrás de la ambulancia.
El periódico que da cuenta de la aclaración de las autoridades de que no hay “crimen organizado” en la ciudad de México. ¿Entonces es el “desorganizado” el que tiene insegura la zona metropolitana?. Dos columnistas que en el mismo diario tienen posiciones encontradas sobre un hecho sangriento en un pueblo de Michoacán. Un ex dirigente de partido que le parece folklórico llamar “pendejo” a su adversario. El máximo tribunal de justicia, con la obligación constitucional de ser expedito en sus actuaciones, decide tomarse una semana más para analizar si determina legal o no el consumo de marihuana, un debate que en el país y en el mundo, suma años. ¿Ya es “normal” que la justicia sea lenta?.
Una revista política que en otros tiempos presumía investigaciones periodísticas, ahora resulta que tiene entre sus fuentes a una revista de espectáculos, que tampoco revela ni precisa sus informantes.
Ya nadie se sorprende ni se espanta del político que dice mentiras o que cuando se equivoca nunca lo acepte. Es otra “normalidad”, otra “moral”, otra “ética”, otra “lógica” para entender la realidad.
Que las gasolineras vendan litros que no son litros, también ya es “normal”. Construir edificios sin respetar uso de suelo, igual, una “normalidad” más. La comisión o “moche” que pagan proveedores y prestadores de servicios, tema ancestral del dominio público. Hablar de “encharcamientos” en vez de inundaciones, “normal”. Calles y banquetas deterioradas, “normal”.
Economía enferma, distribución inequitativa con dinero en las mismas manos y cada vez más pobres. Por la tercera investigación y todavía sin saber qué pasó con 43 estudiantes. Partidos que perdieron su registro y que encuentran la forma de sobrevivir unos días más. La exigencia del nombramiento de ministros perfectos, vírgenes y puros, sin amigos o “cuates”, sobrehumano, cuando la clave es que entiendan el valor de la imparcialidad y que se les paga para cumplir la ley.
Dudar de todo lo que hace el de enfrente y hasta del comportamiento de la naturaleza, como si un huracán se pudiera fabricar en una casa presidencial o en una secretaría de gobierno o Estado. Creer que es acertado y exitoso hacer campaña para la elección del 2018 en una revista elitista. El conductor de televisión que tiene que repetir invitados para que hablen de sus tres películas favoritas (entonces ya serían seis o más) en un país de más de 100 millones de habitantes. Grabaciones telefónicas que supuestamente nadie sabe quien graba.
Demasiadas “normalidades”, que se da por hecho solo cometen otros, la paja en el ojo ajeno; descomposición social que parece irremediable.
¿Y si todos hacen lo correcto? ¿Y si se rescatan la moral y ética?
Moral mexicana
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