Lo que les voy a contar hoy es un episodio inédito de mi actividad como periodista y viene al caso porque este 24 de junio se cumplen 23 años de la muerte del pintor Rufino Tamayo.
Una historia que ni el propio Rufino conoció, una entrevista que nunca se publicó en la revista que creyó le daría la portada.
La Escuela de Periodismo Carlos Septién García organizó un concurso de géneros periodísticos con motivo de su 30 aniversario. Estaba puesto para participar en entrevista.
¿A quién entrevistar?
En calidad de estudiante, más que complicado conseguir la entrevista con un personaje del ámbito que fuera, pues lo que quiere todo entrevistado es ver su nombre, su foto, en un medio de comunicación. Los políticos se desviven por la promoción. También los artistas.
Decidí que buscaría al pintor Rufino Tamayo, quien en los setentas estaba por llevar su obra al Museo Guggenheim de Nueva York. Ya era una figura internacional, mundial, con cuadros cotizados en dólares.
Recuerdo que conseguí su teléfono particular sin gran esfuerzo, porque desde entonces tenía amigos que trabajaban en los medios. Uno de ellos me lo dio casi con la certeza de que por ser estudiante, jamás lograría la cita con el pintor. Era sabido que su esposa Olga actuaba como su representante y como tal atendía lo relacionado con los periodistas.
La señora tenía fama de carácter recio y con la facilidad para deshacerse de lo que no fuera útil a Rufino.
Supuse que con un discurso amable ella entendería mis aspiraciones de ganar un concurso de entrevista.
Apenas le mencioné que era estudiante, la llamada se cortó. Supongo que colgó el auricular.
Había concluido que con la credencial de estudiante no lograría la entrevista y menos si la que atendía las llamadas era Olga.
¿Qué hacer?
Surgió la idea de plantearle la apertura de una nueva revista cultural en Nueva York y que el editor quería darle la portada.
El tono de la esposa cambió, encantada con la propuesta y no dudó en darme cita, en su casa de San Ángel.
Para la ocasión me puse el traje y corbata que utilice en la graduación de la preparatoria. Limpié dos veces los zapatos. Tenía que ir lo mejor presentado y con equipo de reportero especializado, propio de quien publicaría en una revista neoyorquina.
Mi cámara fotográfica marca Praktica, una radio grabadora que pesaba como dos kilos, un micrófono que ahora parecería de juguete, libreta y pluma. Lo más importante, estaba enterado de lo que había hecho el ilustre oaxaqueño, sus declaraciones y planes. Tenía que demostrar pleno dominio de su trayectoria.
Así me fui a la cita.
Olga abrió la puerta. Caminamos hacia el estudio donde estaba Rufino. El pintor decidió que la entrevista se hiciera en la sala. La señora se fue a la cocina pero sin desconectarse del maestro. Desde su sitio hizo dos o tres comentarios familiares, como para hacer sentir su presencia.
La entrevista terminó y todos contentos. Rufino y Olga creyendo que tenían la portada de la revista en Nueva York y quien esto escribe, seguro de que ganaría el concurso de la Septién.
Gané el tercer lugar del concurso.
La entrevista nunca se publicó en Nueva York pero sí en la primera plana de La Opinión (4 de junio de 1979), el mejor diario de la zona norte de Veracruz, donde empecé a escribir desde que cursaba la preparatoria.
El encuentro con Rufino fue cordial, rió varias veces, era un gran maestro de la pintura y su obra perdurará para siempre.
Anécdota con Tamayo
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