Para mi lo mejor era verlo de manera directa, con mis ojos, sin cámara telefónica de por medio ni cámara profesional. Disfrutarlo con mi vista, sentir su carisma, la luz del personaje mundial y religioso, su sentimiento, la vibra, la emoción colectiva que contagia.
Resolver si usar o no usar la cámara del teléfono no fue un dilema, al instante decidí que lo vería directo, para que su imagen se reflejara y quedara grabada en las pupilas, de ahí, al cerebro, guardada para siempre; la emotividad, al corazón. Toda la vida, en cualquier momento y lugar, con solo desearlo, para volverlo a ver en la mente, sin necesidad de ir al archivo fotográfico.
Alegría que provoca la luminosidad papal, alimento espiritual en domingo matinal, sobre la avenida Patriotismo en la Ciudad de México.
Por poco brotan las lágrimas. Observé el rostro de una señora que también tenía ese impacto, ya habían pasado los dos segundos que puedes ver a Francisco en su papa móvil, a una velocidad de 50 kilómetros por hora.
Desde una semana antes sabía que pasaría por esa avenida y estaba decidido a verlo. La información la había tomado del impreso oficial de la arquidiócesis de esta ciudad.
Llegó el domingo, el 14 febrero, no podía haber mejor día, el Día del Amor y la Amistad, para verlo en su recorrido.
Mi hijo mayor estaba ansioso, se había adelantado, cerca de la hora programada, la valla humana ya estaba formada, niños, jóvenes, adultos. Los más con su teléfono listo para la foto o video. Los menos, mucho menos, con su cámara profesional. Ávidos del anhelado momento, a la altura de la colonia Nápoles.
Por el teléfono se podía captar la transmisión de una de las televisoras, para saber de la salida del papa móvil de la nunciatura apostólica. Y empezó la cuenta regresiva, arrancó el convoy, se redujo la espera.
Por Insurgentes, en primer lugar; después por Mixcoac. Se detiene frente a la escuela Simón Bolivar. Se baja el Papa Francisco para saludar a un grupo de religiosas. Por lo menos 10 minutos la escala. Regresa a su vehículo, va con destino al Campo Marte en donde tomará el helicóptero que lo llevará a Ecatepec, estado de México.
Entra el convoy a Patriotismo, dos motociclistas por delante. Mis ojos listos para registrar el mágico instante.
Crece las expectación de la gente, agitan banderas, gritan en coro el nombre de Francisco, preparan sus cámaras.
Mi ojos, listos para la ocasión, muy abiertos.
A la vista la comitiva, el Papa Francisco.
Enfocó la mirada en el pontífice, en su cara, en el movimiento de su mano derecha, en su vestimenta blanca, en su sonrisa.
La emoción invade mi cuerpo, parece recorrer a la velocidad de rayo por todas las venas, el corazón se agita, el cerebro registra cada milésima de segundo de esa escena, vibro de la cabeza a los pies, una sensación que solo puede provocar quien transmite esperanza, bondad, paz.
Han pasado los dos segundos, el convoy se aleja, la gente rompe filas, se deshace la valla humana. Veo a muchos con cara reconfortada, relajados, sonrientes, cordiales, amigables. Yo, igual, con una impresión imborrable.
Mi hijo había optado por tomar fotos.
Regresamos a casa con la inyección de la energía papal, eufóricos por ese encuentro espiritual.
El Papa Francisco en 2 segundos
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