En los setentas en México la orden de la madre no se discutía, se cumplía al pie de la letra y una de las muchas cosas que ordenaba era que sus hijos ingirieran el aceite de ricino al menos una vez a año, el purgante obligado de esa época. Por más gestos que los niños y niñas hicieran, tenía que tomarse.
Santo remedio para limpiar el estómago y los intestinos, desataba una diarrea que duraba más de un día. A veces condescendía y permitía chupar una naranja después del aceite, pero nada más. Quienes vivieron la experiencia, todavía guardan en su olfato y paladar el olor y sabor del aceite. Hay que admitir que era solución eficaz, dejaba a la madre tranquila y a los menores con la autorización implícita de comer lo que se antojara en la calle.
A grandes males, grandes remedios. Por eso, en el mundo de hoy, cuando en Francia estalló la pandemia, autoridades francesas procedieron al obligado confinamiento de la sociedad. Nadie en la calle solo porque se me da la gana, sin un propósito específico y necesario.
Hay de aquel que desobedeciera por sus pistolas el decreto. El costo: multa de 150 euros. Aproximadamente tres mil 900 pesos. Por las noticias, no recuerdo alguna diera cuenta de que alguien se rebelara a ese orden o que saliera a la calle sin salvoconducto y sin tapabocas. Para hacerlo cumplir, la policía y la milicia estaban por todos lados. También periodistas para relatar en sus medios lo que sucediera e inhibir cualquier abuso.
Un mexicano que andaba de viaje por Europa, en marzo, tenía como última escala París. Sabía de antemano de las restricciones y que debería ir de inmediato a la embajada, para que lo auxiliara a obtener el salvoconducto, para el momento de trasladarse del hotel al aeropuerto.
En el trayecto a la embajada mexicana, dos veces fue interceptado por personal de seguridad. Por policías y militares. Los segundos más rígidos y exigentes. Razonables luego de escuchar al susodicho, lo dejaban seguir hacia su destino. Algunos periodistas se acercaron para preguntarle cómo había sido tratado.
No tuvo dificultad en la embajada para conseguir el formato que llenó para especificar el motivo del desplazamiento en la vía pública.
El turista mexicano no se topó en la calle con aglomeraciones, fue testigo del cumplido confinamiento. Les funcionó a los franceses para doblar la curva de la pandemia. Ya están en su nueva “normalidad”. Y que conste que los franceses no dudarían en defender sus derechos al libre tránsito, la libertad y la democracia, que siguen intactos.
México, ante la pandemia, muy lejos de esa madre que en los setentas no permitía debatir la ingesta del aceite de ricino y muy lejos de la medida drástica de la autoridad francesa.
Aceite de Ricino y Francia
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